En toda reunión sobre cine español que se precie, siempre hay
alguien que se hace el ingenioso y asegura que todo se resolvería si copiáramos
el modelo francés. Incluso citará a Berlanga, a quien se atribuye (otras veces
es a otros) la frase de que la mejor Ley de Cine para España sería la que escribiera
una simple traductora de la Ley francesa… Lo primero a responder es que en
Francia no existe Ley de Cine como tal, sino una serie de normas fragmentarias
y dispersas, nacidas muchas de ellas en plena posguerra europea, cuando el
proteccionismo hacia la cultura propia parecía obligado. Y numerosas disposiciones
más que surgieron enraizadas en el principio de la “Excepción Cultural”,
acuñado durante la etapa presidencial de Miterrand y de Jack Lang al frente del
Ministerio correspondiente.
Claro, todos estamos de acuerdo en que el llamado “beso
francés” es el mejor, pero no siempre puede darse a la persona deseada ni las
circunstancias lo permiten en cualquier momento. Pues algo así sucede con el
cine francés comparado con el español. Ni las sociedades de las que nacen son
las mismas, ni la cultura alcanza similar valoración en una y otra, siendo allí
cuestión de Estado que todos respetan, ni siquiera sus industrias audiovisuales
responden a esquemas parecidos. Los franceses inventaron el cine y siempre lo
han cultivado como algo propio, a cuidar con delicadeza para no quedar
asfixiados por la producción de Hollywood. Lo que en verdad han conseguido
hasta ser la primera potencia europea en producción y la principal exportadora,
como lo demuestra el que suframos un auténtico hartazgo de comedias galas en
nuestras carteleras.
(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2021).
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