Texto del Prefacio de Fernando Lara para las Memorias de Julio Diamante, tituladas "Del cine y otros amores" (Ediciones Cátedra) y que han sido presentadas sucesivamente en la Universidad de Cádiz, el 28 de mayo, y en la Filmoteca Española, el 10 de junio.
No puede extrañar que Julio Diamante
se una a Luis Buñuel a la hora de afirmar en sus Memorias que “un film puede
ser bueno, mediocre o pésimo, pero nunca debe estar realizado contra la conciencia,
los pensamientos o la ideología del autor”. “Este es el único dogma que yo
acepto”, señala con rotundidad, y lo extiende “a todas las expresiones
creativas y a todos los comportamientos sociales”. Una verdadera declaración de
principios de este hombre íntegro, cabal, que siempre sostuvo su convicción de
amar el cine, pero no solo el cine, “como hecho de cultura e instrumento de
libertad”. Lo puso en práctica a lo largo de su fértil trayectoria profesional,
pero también personal, con sus ideas y sentimientos bañados por ese
republicanismo sincero que fue adquiriendo desde los años de infancia. Su gran
pasión de vivir y recrear la vida sería, además, la inspiradora de las múltiples
expresiones artísticas y culturales que practicó con auténtico gozo.
Expresiones creativas que, en el caso
de Diamante, no se limitan al cine, sino que se amplían al teatro, la
televisión, la poesía, el flamenco o el jazz, dentro de una formidable visión
humanista. Y que se manifiesta igualmente en ese comportamiento social respecto
a su país y sus ciudadanos, traducido en un profundo compromiso político. Únase
a todo ello su defensa del amor en libertad, del amor como “esencia de la vida”, así como su constatación de las múltiples
barreras que se empeñan en dificultarlo, y obtendremos un retrato bastante
aproximado de la figura de Julio Diamante, del armazón básico de su
pensamiento, resumido en estos dos primeros párrafos.
Pero en
estas Memorias hay otro componente fundamental, que es un sentimiento muy
potente al abordar el pasado, con una mirada cálida y comprensiva que se
expresa sobre todo en las páginas dedicadas a sus años de infancia y juventud,
en un Cádiz luminoso y un Madrid republicano que irían configurando su
personalidad. Julio parecía en ocasiones un tanto hosco y distante ante quienes
no le conocían bien. Nada más lejos de la realidad: como confirman sus
recuerdos, especialmente de esa etapa inicial e iniciática, era un hombre
tierno, sensible y cercano. Se refleja nítidamente en los párrafos que dedica a
su familia, con devoción filial hacia sus padres, Pilar y Julián, pero también
a miembros anteriores de la estirpe, sus abuelos Julio, Matilde, Simón y esa abuela
Emilia, “la incomparable Emilia” según sus admiradores, que hablaba un
80% con refranes, entre ellos uno impagable que su nieto jamás supo descifrar: “Mañana
será otro día y verá la tuerta los espárragos”… Envolviéndolo todo, la
Cádiz mítica a la que el cineasta dedicase versos tan sentidos como “Cádiz,
madre y cuna,/cerca de mí estás,/que cada vez que me encuentro a solas/en ti
pienso más”; o “Cádiz, serena sirena,/tan antigua y siempre joven,/se me
ensancha el corazón/solo de escuchar tu nombre”.
También la
ciudad de Madrid, a donde llega con cinco años, posee un aura muy poderosa en
la memoria de Julio Diamante, con la impronta de un republicanismo que no le
abandonará en toda su vida. Como tampoco su confeso “amor al cine”,
surgido la tarde en que fue con su abuelo Simón al ya desaparecido Cine Génova
para ver “El delator” y quedar fascinado con las impactantes imágenes que John
Ford elaborase sobre la novela de Liam O’Flaherty. Contrastando con esta
felicidad, la represión y la negrura de una posguerra infinita, calificada por
Rafael Azcona (para Diamante, y lo suscribo, “el hombre más importante del
cine español”) de “muy obscena”, donde ya predomina la realidad de
la cárcel de su padre, su abuelo y amigos de ambos, las privaciones económicas
y un ansia de libertad que en Julio se haría cada vez más y más grande. Cádiz y
Madrid son, por tanto, los territorios de ingreso en el mundo de un ser
sensible para el que nada de cuanto sucede alrededor suyo resulta ajeno, algo
que sería constante en toda su existencia.
Son estas
de iniciación a la vida las páginas de las Memorias que prefiero, quizá por ser
menos conocidas que los avatares profesionales y políticos posteriores. Aunque
la descripción desde dentro de las luchas universitarias de la década de los 50
por uno de sus principales protagonistas, o las vivencias interiores de cuanto
fue y supuso durante 18 ediciones la Semana de Cine de Autor de Benalmádena, un
modelo de Festival para muchos certámenes posteriores, tampoco tienen
desperdicio. Como igualmente la desigual batalla del cineasta con una censura
impenitente y todopoderosa, y con unos productores ineptos o directamente
sinvergüenzas, como el que le llevó por la calle de la amargura en “La Carmen”.
No, no
tuvo suerte Julio Diamante con ninguno de esos dos obstáculos, que le
resultaron infranqueables en muchos momentos: ni con la falta de libertad de
expresión durante el franquismo, ni con una industria cinematográfica
caracterizada por su bajísimo nivel artístico y cultural. No volvió a hacer una
película desde 1975, y este casi medio siglo en que no se situó tras la cámara ha
supuesto sin duda una lamentable pérdida para nuestro cine. En el que, salvo en
sus comienzos con “Los que no fuimos a la guerra”, pese a sus múltiples
avatares comerciales; “Tiempo de amor”, en mi opinión, su mejor película, y “El
arte de vivir”, que resumía muy claramente su pensamiento sobre la sociedad española
del momento, él no se sintió feliz. E incluso no pudo llevar a cabo alguna idea
tan peculiar como contar con Buster Keaton para su “nonnata” adaptación de
“Divinas palabras”, de Valle-Inclán, me figuro que en el papel del sacristán
Pedro Gailo…
Más satisfecho
quedó del teatro, con la dirección de obras de autores a los que admiraba y su
elaboración de aquel “neoexpresionismo realista” que aplicó a muchas de
sus puestas en escena, de Max Frisch a Carlos Muñiz, de Ibsen o Strindberg a
Lauro Olmo y Martín Iniesta, con Bertold Brecht siempre como punto de
referencia. Y una pasión por el trabajo de las actrices y los actores que
trasladaría a los escenarios y los platós de cine y televisión, además de
inspirar las clases de interpretación que impartió durante once años en la
Escuela Oficial de Cine, hasta su desaparición.
Aunque el
término resulte un tanto cursi, Julio Diamante es el prototipo de figura
poliédrica, de creador polifacético que domina diversas expresiones artísticas.
El flamenco y el jazz le aportaron experiencias de una enorme riqueza, lo mismo
que la escritura, tanto de alcance poético en “Cantes de vida y vuelta”, como
en otros libros de tipo ensayístico, dentro de los que destaca “De la idea al
film”, o que testimoniase sus dos grandes pasiones musicales en otro poemario, “Blues
Jondo”. En ellos, y también –como queda dicho– en el teatro, compensaría las
frustraciones que el cine le causaba continuamente, dentro de esa dinámica de
triturar talentos que siempre ha caracterizado a la industria nacional, que ni
entendió ni supo merecer a un Julio Diamante que fluctuaba entre “la
capacidad de liberación del cine”, su capacidad para ayudar a crear “un
hombre nuevo” y su creencia de que “hacer cine es el oficio de soñar
despierto”.
Improvisó
unas estrofas Julio Diamante ante el féretro de Luis García Berlanga, su amigo,
como también lo fue, todavía más, Juan Antonio Bardem y diversos compañeros de
oficio y de prolongada lucha asociativa por el reconocimiento de la labor de
los directores y de sus derechos. Cantó entonces Julio en el velatorio esta
soleá: “Las lágrimas y las risas/de Plácido y el verdugo/nos hicieron
entender/lo agridulce de este mundo./Cuando se muere algún pobre/qué triste que
va el entierro/cuando se muere algún rico/va la música y el clero/cuando se
muere Berlanga/se entristece el mundo entero”. Palabras que enlazan con las
que el propio Julio emplea “a manera de epílogo” de “Del cine y otros
amores” al referirse al tiempo vital, “cuyas horas hieren y la última mata”,
y que con “su compañero el destino, ese gran músico cuyos compases
van marcando la danza del vivir, han modelado mis sentimientos y pensamientos
inseparables del cine, la cultura y la libertad”.
Cine,
cultura, libertad. Así tituló uno de sus libros y estos tres términos me
parecen el camino idóneo para abordar las Memorias de Julio Diamante.
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