Se apoyaba José Sacristán en una frase de Nietzsche para iniciar su discurso de aceptación del Premio Nacional de Cinematografía, entregado en el marco del Festival de San Sebastián: “No hay mayor seriedad que la del niño cuando juega”… Y él confesaba haber jugado toda su vida ante una cámara o subido a un escenario, desde que, cuando era pequeño y se ponía unas plumas en la cabeza, su abuela fingía asustarse ante la presencia de un indio. “Se lo ha creído”, pensaba él, igual que ahora piensa que se lo han creído miles, millones de personas que le han visto actuar durante décadas, durante “más de sesenta años sin dejar de jugar”.
Fue un precioso y también preciso discurso el de Sacristán,
poco más de cinco minutos, y dicho, no podía ser de otra forma, de manera
ejemplar, como también hizo Aitana Sánchez-Gijón en su estupenda “Laudatio” previa.
Remontándose hasta quien en Altamira pintara un mamut y buscase la aprobación
de sus convecinos, imaginó Sacristán que ya entonces él o ella desearía que se
creyeran que ahí estaba el animal. “Que
se lo crean, que se emocionen, que se diviertan, que se inquieten, que duden,
que piensen, que sueñen…”, en ello cifraba el gran actor los objetivos de
su trabajo, que le llevaban a la creación como destino final. Una creación que
puede adoptar muy diversas modalidades, según la práctica artística que se
elija y se busque dominar. Pero siempre con las ideas de “la profunda seriedad del juego” y del “entusiasmo personal” como palancas para hacer partícipes a los
demás del placer de “vivir una ficción,
una ilusión inventada”.
No he visto que, en los días que han transcurrido desde la
intervención de Sacristán, se haya glosado suficientemente la valía de sus palabras de
agradecimiento, muy lejanas e incluso opuestas a las convencionales que suelen
emplearse en este tipo de actos. Me parece digna de subrayar su defensa de la
creatividad como centro de una labor que precisa de ella para sobrevivir a lo
largo de los siglos. Frente a las teorías economicistas vigentes, en un mundo
donde se mide el precio en lugar del valor de las cosas, me resulta emocionante
que un actor con toda la memoria a sus espaldas, aunque todavía con futuro ante
él, se erija en paladín de una creatividad que necesitamos como el respirar.
Siempre me ha sorprendido que, por limitarme al terreno que
mejor conozco, los cineastas hablen más a menudo de temas de presupuesto, de
producción, de subvenciones, de dinero en definitiva, que de una creatividad
que es en realidad su campo y donde se juega la entidad estética y cultural de
su obra. José Sacristán, en cambio, ha marcado el verdadero terreno con motivo
de un Premio que hace tantos años que debía haber recibido.
(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2021).
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