Un ocio secundario

 

Se esperaba mucho del fin de semana del puente del Pilar. Un James Bond que había entrado con fuerza siete días antes se veía acompañado por toda una Familia Addams, Madres paralelas, la continuidad de Dune y Maixabel o incluso el estreno de la Palma de Oro de este año, Titane. Pues no, no se ha producido el “sorpasso” que cabía imaginar. Las que venían de las semanas previas, incluyendo 007, han caído en torno al 40% de espectadores y, por tanto, de recaudación; el film de Almodóvar debe contentarse con un tercer lugar del “ranking” y 1.593 euros por pantalla, mientras que la sorpresa de Cannes se quedaba aquí reducida a 500 euros por pantalla, confirmando que los títulos más resonantes del pasado Festival francés, como Benedetta, no han recibido el aval del público español. Al tiempo que otras películas nacionales en las que se habían depositado muchas esperanzas, Las leyes de la frontera o Mediterráneo, tampoco mejoraban la situación. Solo el film de Icíar Bollaín ha respondido a las expectativas.

"Maixabel", de Icíar Bollaín

Resultado: que lo que se esperaba que fuese un “nuevo tiempo” para las salas se ha visto defraudado por la realidad, hasta el punto de que ha bajado en asistencia y taquilla lo logrado la semana anterior. Mientras que en 2019 se llegaba prácticamente cada semana a un millón de espectadores (más de cuantos acudían al fútbol) y cerca de siete millones de euros de taquilla, ahora no alcanzamos ni 700.000 espectadores ni 5 millones de recaudación. Todo el mundo “gana” las quinielas a posteriori, que si el buen tiempo, que si las terrazas, que si la necesidad de socializar, que si la retransmisión televisiva del fútbol…, como si hace dos años nada de eso pasara.

¿Qué le sucede, por tanto, al público español que, al abrirse las restricciones de la pandemia, no ha corrido a frecuentar las salas como sí ha hecho en otros países? Creo que se debe a un cambio sociológico que el virus ha acentuado: el cine se ha convertido aquí en un “ocio secundario”, ya no es la primera elección de la mayoría al plantearse una actividad lúdica. Sobre todo entre los espectadores de una cierta edad, que o bien se han acomodado a sus sofás de grandes ciudades o no se desplazan kilómetros cuando a su alrededor ya no existen salas. Han perdido el hábito de ir al cine, muy acendrado en diversas generaciones, entregadas hoy a series y plataformas.

¿Desaparecerá ese hábito? No del todo, mientras las multinacionales tengan cada semana una película que lanzar a los cuatro vientos y perviva un público joven dispuesto a consumirla. Otra cosa es el cine de autor, el hacedor de la diversidad cultural, el que ofrecen unos distribuidores independientes cuyas cuentas, en su gran mayoría, ya no salen de los números rojos.


(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2021).


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