Eterno Chaplin

 

La Filmoteca de València programa, hasta finales de mayo, un ciclo sobre Charles Chaplin realmente antológico en toda la extensión de la palabra. Bajo el acertado título de La vigencia de un genio, se podrán admirar sus obras fundamentales, entre ellas los 10 largometrajes que dirigió. Parece que lo sabemos todo del icono más representativo de la historia del cine y sobre el que más se ha escrito en todo el mundo, pero cada visionado de sus films nos ofrece cosas nuevas, elementos enriquecedores e inagotables. Intentaré acercarme a ellos, por orden cronológico, en tan solo unas líneas:

El chico (1921).- Tierno melodrama que acumula los hallazgos de Chaplin en sus anteriores cortometrajes, solo queda lastrado por unas oníricas e ingenuas secuencias finales a base de angelitos voladores.

Una mujer de París (1923).- Película adelantada a su tiempo en el tratamiento de las relaciones eróticas, le trajo no pocos problemas a su autor, que no aparece en ella salvo como figurante.

La quimera del oro (1925).- Una oda a la supervivencia, contiene las celebérrimas secuencias de la danza de los panecillos o la comida de una desvencijada bota para calmar el hambre.

El circo (1928).- El largometraje más desconocido de Chaplin supone un cálido homenaje al universo circense, al que se enorgullece en pertenecer. Por ello, doblemente recomendable.

Luces de la ciudad (1931).- Como Eisenstein o Murnau, se resistía Chaplin al cine sonoro que se imponía por doquier. Aceptó que a esta historia de amor le acompañase la música, con la inmortal La violetera, pero sin diálogos.

Tiempos modernos (1936).- ¿Quién no se acuerda de su protagonista metido en el engranaje de una máquina o poniéndose involuntariamente al frente de una manifestación obrera? De nuevo, Chaplin se adelantaba a su tiempo.

El gran dictador (1940).- En plena Guerra Mundial cuando el nazismo iba triunfando, Chaplin se atreve con una valiente parodia de Hitler, para llegar a un discurso final que ha quedado como manifiesto del pacifismo.

Monsieur Verdoux (1947).- Quizá la obra más desesperanzada y patética de Chaplin, en su retrato de un asesino en serie de ancianas, con la memoria reciente de millones de vidas sacrificadas por las armas.

Candilejas (1952).- Parábola sobre la transferencia vital entre generaciones, las del “clown” Calvero y la bailarina Terry, reunió en una secuencia mítica a Chaplin con Buster Keaton, a quienes muchos se esforzaron en enfrentar.

Un rey en Nueva York (1957).- Impedido por el maccarthysmo de regresar a Estados Unidos, Chaplin concibió esta meditada venganza en la que pone en solfa varios de los pilares básicos del capitalismo norteamericano.

La condesa de Hong Kong (1967).- Única película de Chaplin en color, revela un imposible deseo de aferrarse al pasado, seducido por la belleza de Sophia Loren y despidiéndose con su creación de un camarero más que titubeante.


(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2022).


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