Se comía el mundo aquella muchacha que iba en el asiento de atrás de un coche descapotable por las calles madrileñas en Las chicas de la Cruz Roja. Se le llenaba la boca llamando ¡puta! entre dientes a Amparo, la sirvienta que había conquistado al rico indiano con el que ya no podría emparentar, al final de Tormento, de Pedro Olea. Transmitía un hálito de esperanza, pese a todo, la corista Paca en su relación con un huido político, mientras tenía que someterse al estraperlista de posguerra que la chantajeaba en el Pim, pam, pum... fuego creado por el propio Olea y Rafael Azcona. Personajes muy distintos, prácticamente opuestos, solo unidos por la personalidad y el magistral registro interpretativo de Concha Velasco.
Resulta imposible trazar en su caso una necrológica
convencional, con sus habituales dosis de tristeza, nostalgia y duelo. Porque
Concha Velasco era pura vitalidad, fuego en su mirada y su cuerpo, a lo largo
de sus casi setenta años de prolífica carrera profesional. Ella era la personificación
de la artista hecha a sí misma, autodidacta, con una energía a prueba de bomba
con tal de triunfar en el mundo del espectáculo. Nacida en una familia muy
humilde, desde que se iniciase de corista en la compañía de Celia Gámez hasta
su consideración como una de las más grandes actrices españolas, su trabajo
recorrió un arco de excelencia muy difícil de explicar con la simple lógica.
Fue justamente el teatro donde se dio el giro de una Concha
Velasco harta de repetir similares papeles de chica alegre, divertida o enamorada.
Intentó cambiar de registro con Los
gallos de la madrugada, de su entonces pareja José Luis Sáenz de Heredia,
pero la tempestuosa acogida que recibió en el Festival de San Sebastián de 1971
por haber sustituido a la prohibida Canciones
para después de una guerra, le impidió que ese intento fructificase. Pero
sí lo lograría ese mismo año con la obra de Buero Vallejo Llegada de los dioses, donde compartía cartel con Juan Diego y que
la erigió en casi un símbolo de la lucha cultural contra el franquismo. No solo
por su sorprendente labor en el escenario, sino por convertirse en adalid de la
reivindicación por el descanso semanal, negado a los intérpretes, pero conseguido
–además de otras exigencias laborales– tras la famosa “huelga de actores” de
1975, ya en confrontación directa con el Régimen.
Fueron llegando los reconocimientos, como el Premio a la
Mejor Actriz de la Semana de Valladolid de 1985 por su espléndida labor, junto
a Paco Rabal y Victoria Abril, en La hora
bruja, de Jaime de Armiñán, pórtico del homenaje que le dedicó este
Festival en su edición siguiente, para la que Fernando Méndez-Leite escribió el
primer libro dedicado a ella; o la nominación a los Goya por su inteligente
encarnación de Pastora en Esquilache,
de Josefina Molina. Junto a Pedro Olea, con quien, ya en 1996, también destacaría
en Más allá del jardín (de nuevo, sería
nominada a los Goya), ella fue la cineasta con la que mejor se entendió y, a
estas alturas, todos tenían “in mente” su impresionante desempeño en Teresa de Jesús, a un nivel que
posiblemente ninguna otra actriz habría igualado. E incluso, lo mismo que Lola
Herrera, recibió el homenaje de su Valladolid natal, al colocar una placa en la
fachada del principal teatro de la ciudad, el Calderón, con su nombre y la
frase “Mamá, quiero ser artista”, que
tanto la caracterizó.
Y que tituló un musical autobiográfico con la que triunfó por
toda España en 1986, lo contrario que su versión de Hello, Dolly!, un fracaso que la arruinó en 2001, derrumbe
económico en el que también intervinieron familiares muy cercanos. Junto a esos
musicales, el teatro fue en las últimas décadas el balón de oxígeno de Concha
Velasco, así como la televisión, que le ofreció abundantes dosis de trabajo
aunque a menudo no a la altura de lo que merecía, por más que siempre defendió
sus papeles con la máxima dignidad.
Se nos ha ido Concha Velasco, y con ella una parte
fundamental del mejor cine español. No ha habido, ni posiblemente habrá, una
actriz de tal vitalidad, de una capacidad de entusiasmo que transmitía a sus
directores y compañeros y, sobre todo, de esa fuerza de transformación que nos
llevan a hablar de las, por fortuna, mil y una Concha Velasco.
(Publicado en la edición digital de "El Cultural", 2 de diciembre de 2023).
No hay comentarios:
Publicar un comentario