Es surrealista que, en los Premis Gaudí, el de Mejor Película
en Lengua Catalana le haya sido concedido a una película muda como Blancanieves.
Es surrealista que a políticos y jerifaltes se les llene la
boca con que 2012 ha sido el mejor año del cine español desde la noche de los
tiempos, simplemente porque ha subido unos puntos la cuota de mercado gracias a
que Lo imposible ha recaudado más de
42 millones de euros. Sin ese dato excepcional, el balance habría sido
catastrófico, unido a los recortes e incertidumbre que dominan hoy el panorama,
además de la brutal subida del IVA en las entradas, desde el 8 al 21%.
Es surrealista que se canten y magnifiquen las excelencias de
nuestro cine cuando los dos títulos que han tenido un mejor resultado
comercial, la citada Lo imposible y Las aventuras de Tadeo Jones, lo han logrado
pareciendo “no españolas”, aplicando las típicas recetas de Hollywood en el
terreno de los films de catástrofes y de animación, sin mayor entronque ni
enraizamiento con nuestra cultura.
Es surrealista que se siga exaltando la potencia del cine “en
español”, su capacidad para expandirse al contar con la segunda lengua más
hablada del mundo, cuando de las cuatro películas finalistas a los Goya, una es
en inglés, otra en francés y otra muda.
Es surrealista que sean las televisiones privadas, regidas
por principios “berlusconianos”, las que cada vez más decidan lo que se hace o
no se hace en el cine español. Y que, entre otras cosas, está logrando terminar
con esa producción media –ni de diez millones de euros ni de trescientos mil–
que tradicionalmente ha generado la mayor parte de sus obras más significativas.
Es surrealista que, con una Ley del Cine que cuenta con poco
más de cinco años y que tanto esfuerzo y controversia se logró poner en pie, haya
quienes reclamen ahora la elaboración de una nueva y a toda prisa. Eso, en vez
de desarrollar lo que todavía no se ha cumplido de la de diciembre de 2007, o
de definir y aprovechar a fondo su amplio campo de acción.
Los ejemplos podrían seguir y seguir, porque ese surrealismo
domina la situación actual de nuestro cine, como la de tantos otros aspectos de
la vida española. Aunque quizá la palabra adecuada no sea la de “surrealismo”; casi
es una falta de respeto al concepto que nombra uno de los grandes movimientos
de la cultura contemporánea. Películas de verdad surrealistas solo hay las que
hizo Buñuel, no solo las implicadas de manera directa en esa corriente, como Un perro andaluz o La Edad de Oro, sino casi todas en las que el maestro de Calanda
marcó su impronta o, cuando menos, en sus secuencias fundamentales. Sería más
adecuado hablar de absurdo, de irracionalidad, de ilógica o, simplemente, de
estupidez en el momento actual del cine español. Una estupidez tantas veces
interesada y que, a menudo, encubre inconfesables intereses económicos,
ideológicos o políticos.
Publicado en "Turia" de Valencia, febrero de 2013.
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