La dimisión


Susana de la Sierra

Ha sido una mala noticia la dimisión de Susana de la Sierra como directora general del ICAA. Tras dos años y medio de pelea con el Ministerio de Hacienda, y sin contar con el imprescindible apoyo del secretario de Estado y el ministro de su ramo, ha acabado por tirar la toalla. El decrecimiento continuo del presupuesto del Instituto de Cinematografía, que repercutía especialmente en el Fondo de Protección y en el retraso de los pagos a las productoras; el parto de los montes de las desgravaciones fiscales prometidas y nunca acordadas; el fracaso de la Comisión creada en diciembre de 2012; el aumento del IVA hasta el 21% y, en general, el incesante desprecio oficial hacia el cine español han motivado, sin duda, esta decisión. Por más que el Gobierno haya aducido “cuestiones personales”, es lógico pensar que tal cúmulo de circunstancias, y alguna más que sería largo reseñar, haya pesado decisivamente en la decisión de Susana de la Sierra.

Para un cargo público, si se es coherente y honesta como ella lo ha sido, llega un momento en que ya no se pueden ni se deben asumir más responsabilidades, sobre todo si quienes figuran por encima de ti no están dispuestos a secundarte en la tarea. Un director/a general tiene un ámbito de actuación limitado y de no recibir el respaldo decidido de sus “superiores” –sobre todo en una Administración tan jerarquizada como la española–, poco puede hacer en realidad. La Dirección General de Cine es, en principio, una más de las doscientas y pico que existen en nuestros Ministerios, pero, como se ha afirmado estos días, su “visibilidad” es infinitamente mayor que, pongamos por caso, otra de Comercio o de Fomento. Si a ello se une que Cultura ni siquiera es un Ministerio desde que el PP decidió, siguiendo su línea, unirlo a Educación y Deporte, su margen de maniobra todavía resulta más escaso, en especial ante un “gigante” como Hacienda.


Tampoco el sector cinematográfico es precisamente fácil. Frente a quienes, en privado, ya pedían su dimisión hace un año (varios de los cuales se han apresurado a deplorarla ahora en público), mantuve en estas mismas páginas de Turia que había que “empoderar” a Susana de la Sierra contra la política sobre el cine, y la cultura en general, ejercida por Montoro. No se hizo así y estas son las consecuencias. Ella ha resistido nueve meses muy difíciles, esforzándose cuanto le era posible por revertir la situación. No lo ha podido lograr porque, salvo en la Biblia, David suele caer ante Goliat. Esperemos que la sucesora de Susana de la Sierra, Lorena González Olivares, que ocupaba desde febrero la secretaría general del ICAA y de quien no hay que dudar por ser algo tan noble y útil como “funcionaria”, continúe su labor en favor del cine español. Ya en otoño, lo comprobaremos ustedes y yo.

(Publicado en "Turia" de Valencia, julio de 2014).

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