Probablemente, de todos los Festivales que hay en el mundo,
es el de San Sebastián el que cuenta con una mayor presencia del público.
Resulta impresionante ver las interminables filas que, con mucha antelación
respecto a la hora de proyección, se forman ante las numerosas salas que ocupa
el certamen. Sea la sección que sea (aunque con lógica preferencia hacia la
Oficial), sea el ciclo que se programe por minoritario que parezca, allí están
centenares de espectadores dispuestos a compartir su pasión favorita: ver cine.
Gentes de todas las edades, desde las señoras donostiarras de toda la vida
hasta los jóvenes más “frikis”, se dan cita para disfrutar de un espectáculo
que les convoca durante nueve días al año en la segunda quincena de septiembre.
Algo que llama poderosamente la atención, y más aún a quienes vienen desde
otras latitudes.
En la pasada edición fueron 160.000 esos espectadores, y en
la que acaba de terminar parece que ha habido un aumento de en torno al 10%,
con un nivel de ocupación de los cines nada menos que del 95%. Piénsese que
estamos hablando de una ciudad que no llega a los 200.000 habitantes, aunque es
cierto que con este motivo muchas personas se desplazan especialmente hasta San
Sebastián. También la Berlinale, por ejemplo, cuenta con una masiva asistencia
de público, pero existen evidentes diferencias a la hora de comparar el volumen
de población. Y el agobiante Cannes es otra cosa, porque allí son los
profesionales del cine –en sus muy diversas facetas– los que llenan básicamente
las salas.
Quienes siempre hemos defendido la existencia del cine como
un arte eminentemente popular, quienes nos oponemos a los apocalípticos que
decretan cada dos por tres su muerte, ir al Festival de San Sebastián supone un
alivio y una confirmación de estos principios. Puede variar en cada edición el
nivel de la programación (que este año considero alto, pero tal estimación
global la dejo en manos de Lloréns unas páginas más adelante); puede resultar
más o menos atractiva la oferta planteada, pero ahí estará el público
donostiarra dispuesto a conocerla y valorarla. Haga frío o calor, llueva o
luzca el sol, siempre se puede contar con él.
Pero no solo cabe destacar esa fidelidad y entrega, sino
también su respeto y cordialidad hacia las películas y cuantos las hacen. No me
refiero ya a la “alfombra roja” y los “fans” que piden autógrafos o –ahora
mucho más– “selfies” con los famosos, aspectos que también necesita San
Sebastián, sino a la manera en que se “respira” cada proyección. Y en todo ello
hay algo decisivo: la excelente organización de que dispone el Festival, con
José Luis Rebordinos a la cabeza de un entusiasta y muy preparado equipo.
(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2014).
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