Recibo el programa de una entidad musical para la temporada
2014-2015: de los diez conciertos sinfónicos previstos, tres están dedicados a
la música de cine. Algo impensable hace tan solo unos años, cuando este género
de composiciones era considerado como de segunda división. Puede fastidiar que una
excesiva mayoría de las bandas sonoras seleccionadas correspondan en este caso
–y en muchos otros– a películas norteamericanas, pero tampoco faltan
iniciativas que incluyen títulos europeos y españoles. La música de cine ha
tomado carta de naturaleza, ya no se le mira con desdén por parte de las
instancias “cultas” y va siendo apreciada en su justo valor.
Bien es verdad que se trata de una música “al servicio de”,
de una historia, de unos personajes, del estilo marcado por el director. De ahí
que estos conciertos resulten mucho más atractivos cuando son acompañados por
las imágenes por y para las que nacieron. Porque si se ofrecen sin ellas, las
notas quedan como huérfanas, algo perdidas, carentes de su verdadera potencia
expresiva. Por eso, los programas suelen estar compuestos por films muy conocidos,
para que el público complete con su imaginación lo que no se le está ofreciendo
ante sus ojos.
Y es que la capacidad evocadora de la música de cine, como la
de todas las músicas, resulta extraordinaria. Hagan un pequeño experimento: traten
de recordar sus escenas cinematográficas de referencia, las que más les hayan
gustado, impresionado o quedado en la memoria. Difícilmente no irán unidas a
una determinada melodía, a un tema musical o a una canción, pegadas de manera
indisoluble a las imágenes que están evocando. Esa es la adecuada, la perfecta
fusión entre dos lenguajes que, en tales casos, se revelan como complementarios
y se enriquecen mutuamente. No es cierto que la buena música de cine sea aquella
que el espectador no percibe, como se ha dicho tantas veces desde la ortodoxia
teórica, sino la que sabe ocupar su lugar dentro del desarrollo de un relato,
incluso convirtiéndose en protagonista si este así lo requiere.
"Isabel", serie de Televisión Española
Por el contrario, en muchas de las películas y, sobre todo, de
las series televisivas que se están haciendo en España lo que se da es un torpe
abuso y saturación de la música, que suena y atruena sin pausa y sin mayor
sentido que el de “tapar” presuntos tiempos muertos (que es para lo que tantas
veces se han empleado las partituras). El récord lo detenta hoy la serie Isabel, elogiable por otros varios motivos
pero cuya música, a menudo coral, resulta machacona, injustificada e insoportable.
Hagan un nuevo experimento: vean alguno de sus capítulos justo después de otro
de Boardwalk Empire, por ejemplo, y
notarán claramente lo que quiero decir.
"Boardwalk Empire", serie de HBO
(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2014).
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