Robert Guédiguian y Ariane Ascaride han pasado por Madrid con
motivo de la muestra “Tu cita con el cine francés”, que organizaba Unifrance.
El TAI (una espléndida Escuela Universitaria de Artes y Espectáculos) aprovechó
la ocasión para que el director y la actriz –que ha trabajado en dieciocho de
sus diecinueve películas, además de ser su mujer– mantuvieran un amplio
coloquio con los alumnos del centro, bien moderado por el crítico Carlos
Reviriego. Y así, a lo largo de más de hora y media de intenso diálogo, tuvimos
ocasión de escuchar a los creadores de películas como Marius y Jeannette, La
ciudad está tranquila o Las nieves
del Kilimanjaro.
Venían para presentar su penúltimo trabajo, Au fil d’Ariane (que en España llevará
el título de El cumpleaños de Ariane),
en una pausa del montaje del último, Une
histoire de fou, situado en el contexto del genocidio armenio. Porque las
raíces de Guédigian se hallan en ese país, al que ya dedicó en 2006 Le voyage en Arménie. Con lo que tras
la “fantasía sobre la realidad; una fantasía donde todo puede ocurrir”
que supone la citada Au fil d’Ariane,
vuelve a la línea dramática –en este caso, sobre una masacre histórica– que ha
caracterizado su filmografía, sin desdeñar por ello la comedia en varias
ocasiones. Llevado de su formación sociológica y su vocación política, el
realizador marsellés se ha erigido desde un principio en portavoz y defensor de
la clase obrera, especialmente de la que mejor conoce desde su infancia: la que
lucha, sufre y convive en la zona portuaria de L’Estaque en esa ciudad.
Empleando el doble sentido de la preposición “pour” en
francés, Guédiguian afirma que hace cine “para
el público y en el lugar del público”, aunque reconoce una clara evolución
en su obra, que ha pasado “del grito a la
voz”, donde “cada personaje encarna
una idea, para que haya debate, para que se establezca una dialéctica
enriquecedora”. Él no ha cambiado, “ha
cambiado el mundo, la conciencia política ha desaparecido”, y han surgido
múltiples contradicciones dentro de la propia clase obrera, que Las nieves del Kilimanjaro, por ejemplo, muestra nítidamente. “Nos lo pueden quitar todo, pero nunca la posibilidad de soñar, porque esa
es la condición necesaria para cambiar el mundo”, concluyó el cineasta.
Además de compartir estas opiniones, Ariane veía el germen de
su labor de actriz en una sensación que tenía de niña: “No entendía que solo tuviéramos una vida…”. Y defendió dos aspectos básicos en la interpretación.
Por una parte, la decisiva importancia de trabajar sobre el propio cuerpo, ya
que “un actor ejecuta gamas musicales con
él”; de otra, que no existan “relaciones
de fuerza” en un rodaje, porque
el director “nunca debe imponer la idea
del personaje, sino explicarla y motivarla”. A su lado, Robert asentía
complacido.
(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2014).
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