"Dos días y una noche", de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Es un gran acierto de la Semana de Cine abrir la programación
oficial de su 59 edición con ‘Dos días, una noche’, la última película de
Jean-Pierre y Luc Dardenne. Porque se trata de una de las películas más
significativas –si no, la que más– de esta temporada y la que mejor refleja la
situación social que se está viviendo en Europa. Viejos conocidos del Festival,
al que acudieron por primera vez en 1996 y lograron la Espiga de Oro con ‘La
promesa’ (su tercer largometraje, que supuso su carta de presentación en España),
la Semana ha ido siguiendo su filmografía de manera continuada, que ahora
renueva.
Decía hace unos días Rafael Chirbes, con motivo de la
concesión del Premio Nacional de Narrativa por “En la orilla”, que “no es difícil escribir sobre el presente,
solo depende de dónde te coloques”. Esa es la cuestión esencial: desde
donde aplicas la mirada a la realidad que deseas contar, cuál es el ángulo
elegido para reflejarla de forma que sea al tiempo verosímil y creativa. En el
caso de los Dardenne ese posicionamiento resulta diáfano, y lo viene siendo en
los últimos casi treinta años, desde que rodasen ‘Falsch’ en 1986, precedida
por varios documentales. Es el ángulo desde el que contemplan la vida de los
desfavorecidos, de las víctimas, de los humillados y ofendidos por un sistema
injusto y que posterga al ser humano por debajo de sus posibilidades y sus
sueños. Es un profundo humanismo, digno de la mejor tradición europea, el que
subyace siempre a sus imágenes.
Pero, pese a que lo asegure Chirbes, no parece precisamente
fácil reflejar lo real. Otro reciente premiado (Patrick Modiano, con el Premio
Nobel) hablaba de su convicción de que “la
actualidad está demasiado próxima para que se convierta en un trabajo
literario”. Desde una perspectiva cinematográfica, los Dardenne desmienten
una y otra afirmación de ambos escritores. Lo que ellos hacen consiste
precisamente en asomarse a nuestras circunstancias diarias para expresarlas
diáfanamente y profundizar en ellas con una facilidad que produce asombro. Sin
maniqueísmos, sin miserabilismos, sin esquemas preconcebidos; solo con la
lucidez de quienes saben hacer pasar la luz a través de los muros de la
realidad.
Y lo logran con un lenguaje cinematográfico de la máxima
valía, con un estilo propio que han convertido en referencia general y que han
seguido muchos jóvenes realizadores. Repásense la citada ‘La promesa’,
‘Rosetta’, ‘El hijo’, ‘El niño’, ‘El silencio de Lorna’ o la más reciente ‘El
niño de la bicicleta’, hasta llegar a ‘Dos días, una noche’, y se comprobará
cómo participan de un mismo estilo basado en la claridad creativa y, a la vez,
de ese extremo desafío de hacer fácil lo difícil. Sus largos planos-secuencia
siguiendo a los personajes, la estrecha interrelación de la cámara con los
actores, la intensidad con que estos son dirigidos, constituyen una muy
personal “marca de la casa”. Incluso esos planos en los que la cámara va
continuadamente a la espalda de los actores –iniciados en ‘Rosetta’– se han
convertido en la jerga cinematográfica en “rodar
un plano a lo Dardenne”...
Felizmente, vuelven a Valladolid estos cineastas-hermanos tan
peculiares (un caso creo que único en la historia del medio), dos veces Palma
de Oro en Cannes, que se autodefinen como “un
director con cuatro ojos”. Vuelven a un Festival que siempre les acoge como
en casa. Para demostrarnos, de nuevo, que con esos “cuatro ojos” se ve más a
fondo que con dos.
(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, dentro del suplemento
dedicado a la 59 Semana Internacional de Cine, 18 de octubre de 2014).
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