De repente, parece haberse instalado la euforia en el cine
español. Resulta que todo son éxitos de taquilla, todo son alegrías y
alabanzas, todo son elogios y parabienes. Por una vez, los titulares de los
medios de comunicación son positivos y exultantes. Se diría que estamos en el
mejor de los mundos.
"Ocho apellidos vascos", de Emilio Martínez Lázaro
Y, sin embargo, si se miran los datos con un poco de
atención, la diferencia con años anteriores solo se basa en el triunfo
comercial de una película: Ocho
apellidos vascos, que ha atraído a cerca de diez millones de espectadores,
con una recaudación de 56 millones de euros. Lo que implica que, a primeros de
diciembre, el cine español haya recaudado 123 millones de euros en 2014,
procedentes de 21 millones de espectadores. Pero hagan una sencilla operación:
resten de esas cantidades lo correspondiente a la película de Emilio Martínez
Lázaro y se obtendrán las cifras de 67 millones de recaudación y 11 millones de
espectadores; casi iguales a las de 2013 (70 y 11 millones, respectivamente) e
inferiores a las de 2012, el año de Lo
imposible (120 y 18), e incluso 2011
(99 y 15), según los datos oficiales del ICAA. Es decir, que ha sido el
excepcional éxito de una película lo que lleva a una cuota de mercado del
25,5%, unido al menor rendimiento de las producciones extranjeras,
particularmente norteamericanas.
"La isla mínima", de Alberto Rodríguez
No es por ponerse en plan “cenizo”, pero tanto triunfalismo
–similar al de “la crisis ya es Historia”–
no conduce a ninguna parte. Claro que en todos los países hay “películas
locomotoras” que arrastran a las demás. Claro que hay una serie de títulos que,
como El Niño, Torrente 5 o La isla mínima
se han portado bien en taquilla, superando la anhelada barrera del millón de espectadores
(lo que, por sus características, me parece especialmente relevante en el caso
del film de Alberto Rodríguez, máximo favorito para los Goya). Pero los
estadísticos saben que lo que importa no son las subidas y bajadas puntuales de
los porcentajes, sino si estos “marcan tendencia”. Y no veo que tal tendencia
haya variado en profundidad cara al cine español. De no consolidarse, los
entusiasmos de hoy pueden convertirse en decepciones en años venideros.
Por el contrario, percibo factores más que preocupantes. No
me refiero únicamente al mantenimiento del 21% de IVA sobre el sector cultural,
a la escasísima desgravación fiscal, a la incidencia de la piratería o al
raquítico presupuesto del Fondo de Protección a la Cinematografía (acaba de
conocerse que se aplicará un prorrateo del 13% sobre las Ayudas a la
Amortización para las películas de 2012), temas ya básicos de por sí. Incluso
por encima de ellos, creo de especial gravedad la completa dependencia del cine
español respecto a las televisiones, sobre todo las privadas.
"El Niño", de Daniel Monzón
De hecho, todos los film españoles más taquilleros de 2014 –salvo
Relatos salvajes, argentina aunque con coproducción minoritaria de El Deseo–
han sido coproducidos y promocionados al máximo por las televisiones. Si Tele
5, Antena 3 o, en menor medida, TVE no contribuyen decisivamente a la
financiación de una película, resulta muy difícil que pueda llegarse a hacer. O
se harán solo con presupuestos muy exiguos, nacidos tantas veces del
voluntarismo de sus promotores, con fórmulas que incluyen hipotecas personales,
dineros familiares o “crowdfunding”, métodos valiosos pero que no conforman una
mínima industria ni garantizan la supervivencia de sus profesionales.
Resumiendo, y al menos en las películas que muestran “ojos y cara”, hoy tenemos
el cine español que quieren las televisiones.
Sin recursos propios suficientes, sin el respaldo público que
necesitarían, ni la presencia imprescindible en las pantallas, la producción
independiente pena en nuestro país. En eso sí que se ha ido a peor en 2014.
(Publicado en "Turia" de Valencia, diciembre de 2014).
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