Bajo el bonito título de “Pantallas
de plata”, se ha publicado recientemente un libro póstumo de Carlos
Fuentes, muy recomendable. En él, el gran novelista mexicano aborda sus
relaciones con el cine, sobre todo con el clásico norteamericano de los años 30
y 40, centrándose en las “estrellas” que lo configuraron y los directores que
las encumbraron. Con un estilo directo, de lectura fácil, Fuentes muestra bien
a las claras su fascinación por el hecho cinematográfico, heredada de su padre,
que aborda en los dos capítulos iniciales, para pasar luego a un recorrido por
la labor de actrices, actores y realizadores, con especial preferencia hacia
las primeras.
El autor de “La muerte de Artemio Cruz”, guionista en
diversas ocasiones y adaptado a la pantalla en otras varias, busca aquí una
cierta complicidad con el lector, al que invoca a menudo como “mi semejante, mi hermano”, como
detentadores de una misma pasión cinéfila. Una pasión en la que, como no podía
ser menos, existe un fuerte componente de erotismo: “Sentado allí, con los ojos cerrados, tú puedes repasar todos esos ojos
enormes que al mirar hacia la oscuridad de una sala te miran a ti. Ojos de
incendio nocturno de Pola Negri. Ojos de laguna envenenada de Gloria Swanson.
Ojos de orgasmo nómada de Greta Garbo. Todas esas cabelleras que al ser
acariciadas por un galán cinematográfico son acariciadas vicariamente por ti…
Todos esos labios que se acercan tentadores y húmedos no a una cámara, sino a
tus labios: labios de todas las formas y tamaños, súbitamente disponibles en el
mostrador de plata de una pantalla”.
Y así, en el recorrido mítico de Carlos Fuentes van
apareciendo, mezclando los papeles que interpretaron y sus vidas personales, Garbo
y Dietrich, Joan Crawford, Bette Davis y Barbara Stanwyck, Claudette Colbert,
Irene Dunne y Carole Lombard, pero también Chaplin, Keaton y los Hermanos Marx,
Edward G. Robinson y James Cagney, Clark Gable, Fred Astaire y Cary Grant, y
tantos y tantos otros, junto a los textos dedicados a decisivos cineastas de la
época como Vidor, Wellman, Mamoulian, Cukor, Capra, Lubitsch o Lang.
Entrelazados todos ellos como en un manojo de cerezas, donde cada una conduce a
la siguiente y, aunque se van degustando aisladamente, solo adquieren su estupendo
sabor global cuando se han consumido todas ellas.
Una curiosidad final: en el artículo que, hace solo unos
días, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez dedicaba en “El País” a
“Pantallas de plata”, destacaba ampliamente que en el libro Fuentes mostraba su
admiración por Ciudadano Kane,
contando cuándo y cómo la vio en Nueva York por primera vez. Pues bien, ese
recuerdo tan intenso no está para nada en sus páginas, no hay ni la menor
alusión a ese hecho. Y les aseguro que a mi ejemplar de “Pantallas de plata” no
le falta ni una sola hoja… Misterio.
(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2015).
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