Salvo en Andalucía, donde cuenta con varias distinciones
(hasta tiene una calle y una estatua en su Cádiz natal), no se ha hecho
demasiada justicia con la figura de Julio Diamante. Nombre importante del Nuevo
Cine Español de la década de los sesenta, con películas tan significativas como
Tiempo de amor y El arte de vivir; director teatral de
una amplia trayectoria en la que figuran títulos míticos del realismo crítico
surgido en plena dictadura, entre ellos “El tintero” y “Las viejas difíciles”,
de Carlos Muñiz, o “El cuerpo”, de Lauro Olmo; autor de dos libros relevantes,
“Blues jondo” y el más reciente “De la idea al film”, sobre la construcción del
guion cinematográfico; incesante defensor de la libertad de expresión y de los
derechos de los cineastas…, el nombre de Julio Diamante siempre ha de ir
también indisolublemente unido a los dieciocho años en que dirigió la Semana de
Cine de Autor de Benalmádena, de la que tanto aprendimos quienes, temprano o
tarde, nos dedicamos a una labor similar.
Y si escribo ahora de él es porque acaba de presentar su
último trabajo: La memoria rebelde,
documental de dos horas (con versión televisiva de cuatro capítulos de más de
una hora) que cubre el periodo entre la II República y la Transición
Democrática con los recuerdos y reflexiones de diecinueve testigos de uno u
otro momento de esta amplia etapa de nuestro país, algunos ya fallecidos como
Carrillo, Azcona, Labordeta, Semprún o Pradera. Un muy valioso testimonio
global al que Diamante ha dedicado varios años y sus propios medios, bajo la
idea que figura en un rótulo inicial: “La
memoria es un fruto agridulce. Enriquece la historia y el futuro no debe ser
ajeno a ella”. Memoria histórica a cuya recuperación ha contribuido
asimismo mediante numerosas intervenciones personales, e incluso en el film él
se autoconvierte en testigo al relatar los decisivos sucesos estudiantiles de
1956 en la Universidad de Madrid. Ver y escuchar a un destacado jesuita como
Díez Alegría exclamando que, durante el franquismo, “la Iglesia española fue una calamidad desde el punto de vista del Evangelio”; a Nicolás
Sartorius afirmando que “no es verdad que
con la muerte de Franco acabase la dictadura”, con la que “ya habría que arreglar las cuentas”; a Carrillo explicando el “posibilismo” que
tuvo que imponerse en la Transición; a Azcona hablando genialmente de una
posguerra “muy obscena”, cuando
dominaba un “miedo difuso”; a Pilar
Bardem denunciando la tremenda situación en que vivió la mujer; analizar,
aunque sea para discrepar de ellas, opiniones no muy habituales del exfiscal
anticorrupción Jiménez Villarejo, el diplomático Puente Ojea o los magistrados Martín
Pallín o Ramón Sáez, entre otros muchos, merece realmente la pena y hacen de La memoria rebelde un documento
necesario.
Por tanto, por todo lo dicho y por este último trabajo,
propongo de corazón a los amigos de la Turia que Julio Diamante sea el Premio
de Honor de la próxima edición de sus galardones anuales.
Publicado en "Turia" de Valencia, marzo 2013.
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