"Sombras" ("Schatten", 1923), un hito del expresionismo


Texto de la presentación de la película "Sombras", de Arthur Robison (1923), efectuada en la Fundación March, de Madrid, el 4 de marzo de 2016. Los números en rojo y entre paréntesis corresponden a las imágenes proyectadas con un "Power Point":

Cartel original de "Schatten" ("Sombras")

Buenas tardes y bienvenidos a la proyección de “Sombras” (“Schatten”), que Arthur Robison realizase en 1923 y que lleva el subtítulo de “Una alucinación nocturna” (1). Nocturna y misteriosa, porque no en vano estamos en un ciclo de Cine Mudo de Misterio, que, mediante la selección de películas elaborada por Román Gubern, está logrando tan excelente acogida como demuestra esta sala repleta. Lo que no es una novedad tratándose de las muestras de cine silente que ofrece la Fundación Juan March.

A la Fundación, y concretamente a Lucía Franco, Directora del Programa de Conferencias de la misma, quiero agradecer la oportunidad y el placer de volver a presentarles una película. Lo haré en el tiempo establecido, con el apoyo de un Power Point (al que se le ha llamado “el karaoke de los conferenciantes”) y una promesa que suelo cumplir: no les voy a desvelar nada del argumento o la trama de la película, porque creo que es un derecho inalienable del espectador el poder acceder directamente a ella. Pero entremos ya en materia.

Dicen que el hombre primitivo (2) descubrió su sombra cuando, en la caverna y a la luz y el calor de la hoguera, notó tras él una mancha negra que, ¡oh milagro!, reproducía exactamente lo que él estaba haciendo. Si se levantaba, lo hacía también; si movía los brazos, los movía con ellos; si danzaba, lo imitaba con precisión. Quizá ahora no podamos valorar cuanto esto significó, porque lo tenemos asumido, pero fue un descubrimiento trascendental: el ser humano tenía un “doble” que ejecutaba con precisión cuanto hacía si estaba expuesto a la luz. La sombra, de manera más o menos pronunciada, nos acompaña siempre en nuestras vidas.

Luz y sombra, el principio sobre el que también está basado el cine. El juego entre ambas a través de una proyección supone la base del lenguaje y el espectáculo fílmico. De qué manera se conjugan, hasta qué punto se interfieren, en qué grado y medida es protagonista una u otra, determina la forma en que una película se percibe por el espectador. En unas ocasiones dominará la luz; en otras, la sombra, pero la alternancia de ambas siempre estará presente en la pantalla.

Sombras chinescas

Muchos siglos antes de que el cine existiera, los marionetistas de las llamadas “sombras chinescas” conocieron perfectamente su poder (3). Creadas en principio por motivos religiosos, con variantes según se originasen en la propia China, la isla indonesia de Java o Camboya, el primer espectáculo de estas características que se halle documentado se remonta al siglo XI. Pero no llegarían a Occidente hasta siete siglos después, a mediados del XVIII, de la mano de los comerciantes que viajaban entre ambos continentes y de los jesuitas con misiones evangelizadoras. Hamburgo fue la primera ciudad europea que acogió el teatro de sombras, pero fue en París, y más concretamente en Versalles, donde adquirieron popularidad por la actividad del Teatro Séraphin (llamado así por el nombre de su dueño, Dominique Séraphin) (4) y rápidamente llegaron a la corte de Louis XIV y María Antonieta. Se divulgaba así, con estas figuras traspasadas por la luz y cuyos movimientos generaban una trama, a uno de los considerados directos antecedentes del cine. Con el que incluso se fusionó en una ocasión, cuando la realizadora germana Lotte Reiniger elaboró un estilo propio a base de animar sombras chinescas y siluetas en varias de sus obras como “Las aventuras del príncipe Achmed”, de 1926 (5). Esas sombras sobre las que el escritor japonés Junichirö Tanizaki afirmaba que “lo bello no una sustancia en sí misma, sino tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de diferentes sustancias”. Esas sombras que protagonizan la película que vamos a ver esta noche.

Ya entrando en la propia historia del cine, si hay un momento en que el mundo de las sombras adquiere protagonismo, es dentro del expresionismo alemán, movimiento que –iniciado en la pintura con la fundación del grupo Die Brücke (El Puente) en 1905– se expandiría a todas las artes, y muy potentemente al cine, durante el fértil periodo de la República de Weimar, entre 1919 y 1933, cuando Berlín (6) se convirtió en la capital cultural del mundo. Pero un periodo también enormemente turbulento, surgido a raíz de la derrota en la I Guerra Mundial, con una economía en continua inflación, una profunda separación de clases y un auge de los movimientos nacionalistas que desembocaría en el nazismo.

"El gabinete del Doctor Caligari", de Robert Wiene (1919)

En ese caldo de cultivo proliferó el expresionismo, que, con sus juegos de luces y sombras, de perspectivas distorsionadas e interpretaciones al límite del histrionismo, propugnaba la primacía de la visión subjetiva e íntima del artista ante una realidad profundamente perturbadora que se transmitía como tal. Iniciado por “El gabinete del Doctor Caligari”, de Robert Wiene, en 1919 (7), y seguido por dos títulos fundamentales que han tenido ocasión de ver en el presente ciclo, “El Golem”, de Paul Wegener (8), y “Las tres luces”, de Fritz Lang (la película que, por cierto, decidió la vocación cinematográfica de Luis Buñuel) (9), o por “Nosferatu”, de Murnau (autores todos ellos decisivos en este movimiento) (10), al expresionismo pertenece “Sombras” por derecho propio y en uno de sus lugares preminentes. Movimiento sobre el que les recomiendo vivamente dos libros para profundizar en él: “De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán”, de Siegfried Kracauer (11), y “La pantalla demoníaca”, de Lotte Eisner (12), publicados en España, respectivamente, por Paidós y Cátedra.

Decíamos que “Sombras” (13) es uno de los hitos del cine expresionista. Kracauer hablaba de él como “un film de instintos, lo que explica el señalado papel que tiene el despliegue de luces y sombras”. Por su parte, Eisner consideraba que, en general, “en las películas alemanas la sombra se convierte en la imagen del Destino”. Mientras que Georges Sadoul valoraba en “Schatten” cómo “transfiguró un clásico decorado de teatro con la magia de la iluminación y reemplazó la fantasía caligaresca de las telas pintadas, por el juego movedizo de grandes sombras negras, en un característico empleo expresivo de la luz”.

Cabría añadir a estas palabras del gran historiador francés que “Sombras” destaca también por su valentía comunicativa, por su casi experimentalismo para la época al prescindir totalmente de intertítulos o rótulos explicativos: solo es la imagen (teñida con tintes varios) la que ofrece su contenido, sin ningún tipo de apoyaturas, salvo la música, porque –como saben ustedes– el cine mudo nunca fue mudo, con lo que no contaba era con la palabra, ni siquiera escrita en este caso. Sí contaba, y mucho, con los actores, porque –como subrayó el ensayista Béla Balázs– “en el cine mudo la expresión facial, aislada de su entorno, parece penetrar en una extraña nueva dimensión del alma”.

Dos imágenes representativas de "Sombras"

Les he prometido que no voy a contar el argumento de “Sombras”, pero sí quisiera enumerar cinco de los componentes básicos de la peculiar historia que van ustedes a contemplar:

·     La fuerte pulsión erótica que mueve a sus personajes, cuyos fantasmas íntimos se ven descubiertos por las sombras chinescas (14).

·  El tratamiento que efectúa del llamado “demonio de los celos” vivido por su protagonista (15).

· La profunda misoginia que, bajo una apariencia de fascinación hacia la mujer, destila la trama (16).

·     La mezcla de sueño y realidad a través del teatro de sombras y del hechizo que proyectan sobre quienes la contemplan, en un ejercicio entre hipnótico y psicoanalítico (17).

·    Asimismo, merece destacarse el papel en la historia de los espejos, las puertas vidriadas y las ventanas, como forma de reflejar o traslucir los hechos, incluso los que desearían permanecer ocultos ante la mirada de los demás (18). Algo que, por cierto, supone una constante en la tradición artística alemana.



Arthur Robison  (1883-1935)

Salvo por “Sombras”, no fue su director, Arthur Robison (19), una celebridad del cine mundial. Nacido en Estados Unidos (concretamente en Chicago, en 1883), se estableció pronto en Alemania, de donde era su madre. Estudió Medicina en Munich –de ahí que en ocasiones se le cite como Dr. Robison–, pero desde 1914 se dedicó al cine, primero como actor y guionista, debutando como realizador dos años después con “Nächt des Grauens” (“Noche de miedo”, que se refiere a una especie de Halloween alemán). Dirigió una veintena de películas entre 1916 y 1935, cuando falleció mientras rodaba una nueva versión de “El estudiante de Praga”, precisamente una de los films precursores del expresionismo. Pero, como decía, su nombre ha quedado ligado indeleblemente a “Sombras”, que es la película por la que se le sigue recordando, por encima también de su breve paso por Hollywood con la Metro-Goldwyn-Mayer, antes de retornar a Berlín.

Fritz Arnö Wagner

Más significativos, en este caso, son los nombres de dos de los colaboradores de Robison: el director de fotografía Fritz Arnö Wagner y Albin Grau, autor del “concepto” de la película y de su escenografía, quienes ya habían coincidido en “Nosferatu” y que jugarían también un papel decisivo en la creación de “Sombras”. El primero, Fritz Arnö Wagner (20), es uno de los operadores más importantes e influyentes de toda la historia del cine y, en concreto, el imaginario expresionista (de ese momento y de los posteriores) se debe en buena parte a su maestría en el juego de luces y sombras, que van a comprobar en solo unos minutos. El segundo, Albin Grau (21), es en sí mismo un personaje misterioso: además de su trabajo profesional, estaba dedicado al ocultismo, al mundo esotérico, a los mensajes secretos del más allá, que centraban la labor de la secta Fraternitas Saturni, de la que era miembro destacadísimo. Incluso hay dudas sobre su muerte: mientras algunos, entre ellos la Cinemateca Francesa, la sitúan en el campo nazi de Büchenwald, otros la prolongan hasta Baviera en 1971… No resulta raro, por tanto, que este extraño personaje estuviera detrás de films tan inquietantes como “Nosferatu” y “Sombras”, con la imprescindible compañía de las imágenes de Fritz Arnö Wagner.


Albin Grau y logotipo de "Fraternitas Saturni"

Se equivocaría quien pensara que el expresionismo se terminó en esta etapa y en Alemania; todo lo contrario. Sembró una semilla estética para una serie de géneros, tendencias y cineastas que vendrían años después. Autores como Eisenstein en “Iván el Terrible” (22), casi todo Welles (desde “Ciudadano Kane a “El proceso”) (23-24), el Hitchcock de “Psicosis” (25), el Woody Allen de “Sombras y niebla” (26), en la que homenajeaba explícitamente al expresionismo, o el Tourneur de “La mujer pantera” (27); géneros en su integridad, como el “cine negro” norteamericano de la década de los 40, hasta la llegada del color (28-29), o películas concretas como “El tercer hombre” (30), “beben” de esta fuente inagotable que llega hasta nuestros días. El expresionismo, su traducción en la pintura, la fotografía y el cine, forma parte ya del acervo cultural contemporáneo y parece imperecedero.

"El tercer hombre", de Carol Reed (1949)

Para terminar como empecé, con el tema de la luz y la sombra, les propongo un sencillo juego: adivinar en cuántos títulos de películas aparece la palabra “sombra” o “sombras”… Les facilito algunos: “La sombra de una duda”, de Alfred Hitchcock; “Sombras”, de John Cassavettes; “El ejército de las sombras”, de Jean-Pierre Melville; “Sombras en el paraíso”, de Aki Kaurismaki, e incluso “50 sombras de Grey”… Especialmente prolífico es el cine español con el término, por algo será: “Vida en sombras”, “El batallón de las sombras”, “El Litri y su sombra”, “La sombra del ciprés es alargada”, “Sombras en una batalla”, “Tren de sombras”, “Bosque de sombras”… Valen también películas en las que, sin llevar la palabra en su nombre, haya secuencias donde ese elemento sea importante: recuerden, por ejemplo, el “musical” “En alas de la danza” (31), donde la triple sombra de Fred Astaire se enfadaba muchísimo con él porque no era capaz de seguirle en sus rapidísimos pasos de baile, situación que repetía algún corto de Tom y Jerry… Hagan memoria y si logran, por ejemplo, media docena de títulos más con la palabra “sombra”, se habrán ganado por derecho propio el título virtual de Cinéfilos Honorarios de la Fundación March. Es broma… (32).

Mosaico de planos de "Sombras"


Muchas gracias por su atención, y buenas “Sombras”.

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