"Kiki", de Paco León
Un hecho insólito tuvo lugar en la primera semana del pasado
mes de abril: una película española distribuida por una firma independiente se
situaba en lo más alto del “ranking” de recaudaciones. Me refiero a Kiki, de Paco León, que entraba como
segunda de las más taquilleras (solo superada por Batman v. Superman), con
un promedio de 4.664 euros por cada una de sus 283 copias, superando los 200.000
espectadores y con una recaudación de 1.320.000 euros en su semana inicial.
Pero lo insólito no está en esas cifras, que diversos films españoles vienen
frecuentando, sino que las haya logrado comercializada por una distribuidora
independiente, Vértigo Films, también coproductora de Kiki. Se rompe así el mito de que solo el cine español apoyado en
una multinacional es capaz de obtener los mejores resultados, demostrándose que
también una compañía independiente puede lograrlos, siempre que cuente con
títulos y medios adecuados para ello.
No es lo habitual, por desgracia. Las películas españolas más
potentes desde el punto de vista comercial suelen estar distribuidas por las
“Majors” norteamericanas: Warner, Fox, Universal, Sony, Paramount y Disney, a
través de sus filiales hispanas. Se trata de un fenómeno bastante peculiar de
nuestro país, que se ha incrementado en los últimos años. Los productores
confían en ellas porque tienen más peso e influencia sobre los circuitos de
exhibición, a los que aplican mayores porcentajes sobre la recaudación obtenida
en salas (una media del 50%, frente al 42 o 43% que suelen obtener las
distribuidoras independientes), y sus adelantos sobre copias y publicidad
acostumbran a ser más sustanciosos. También se da esta circunstancia por una
especie de inercia, derivada de la creencia de que siempre será mejor estar
respaldado por una compañía grande que por otra pequeña, cuya relativa potencia
crea desconfianza.
Son las “Majors”, por tanto, las que distribuyen los títulos
de mayor relieve comercial de nuestro cine, lo que significa contribuir a la
existencia y mantenimiento de un mercado tan sumamente colonizado como el
español. Lo demuestra el listado de las veinte películas nacionales más
taquilleras de 2015: 0cho apellidos
catalanes, Palmeras en la nieve, El Niño, Atrapa la bandera, Torrente 5,
Perdiendo el norte, Exodus: Dioses y Reyes,
Regresión, Ahora o nunca, La isla mínima,
Mortadelo y Filemón contra Jimmy el
Cachondo, Relatos salvajes, Truman, El desconocido, Anacleto, agente secreto, Mi gran noche, El club de los incomprendidos,
Un día perfecto, Extinction y Carmina y amén,
comprendiendo un arco de espectadores que va desde los 5.762.693 de la primera
hasta los 387.061 de la última citada, están todas ellas distribuidas por
multinacionales excepto Truman en el
decimotercer puesto, El club de los incomprendidos en el decimoséptimo y
Carmina y amén en el vigésimo. A
partir de ahí, entran ya con mucha frecuencia las distribuidoras
independientes, cuyo “reparto del pastel” resulta claramente desigual.
¿Causa o efecto? ¿Las películas españolas logran importantes
resultados por estar distribuidas por “Majors”, con todo lo que significa de
poder de promoción, o los independientes han de “conformarse” con lo que
aquellas no quieren y tienen, por tanto, menores réditos? El ejemplo de Kiki desmontaría –insisto– lo primero,
pero la verdad es que hasta ahora se trata de una excepción que “pone a prueba”
la regla. Y que no parece que vaya a variar en bastante tiempo si los
productores no se arriesgan a intentarlo.
"La Academia de las Musas", de José Luis Guerin
Lo realmente grave es que muchas películas españolas quedan
cada año sin distribuir de una u otra forma (sobre todo, a partir de la muy dañina
desaparición de Alta Films en 2013), conducidas a una “tierra de nadie” que casi
las hace invisibles. De ahí que se vean abocadas a empresas mínimas, donde
algunos “hombres-orquesta” intentan hacer de todo, casi siempre con escasísimos
resultados en salas también mínimas; o que algunos productores-directores hayan
optado por tratar directamente con los exhibidores, caso de Jonás Trueba con Los ilusos, José Luis Guerin con La Academia de las Musas o de numerosos
documentales.
La vía de salida suele ser entonces la de los circuitos
alternativos que se han ido conformando a base de salas de propiedad ciudadana como
las integradas en la red CineArte, o lugares especiales como la Cineteca de
Matadero o la Sala Berlanga, en Madrid. Circuitos que pueden y deben tener su
importancia, sobre todo cultural, pero cuyos resultados económicos son hasta
ahora insuficientes a la hora de amortizar una película, por escaso que sea su
presupuesto. Sin que tampoco las ediciones en DVD o el Video on Demand (VOD) a
través de internet, determinen hoy beneficios contables para ninguna de las
modalidades de comercialización de nuestro cine.
Piénsese que si unas veinte películas españolas son distribuidas
anualmente por las “Majors” y otras tantas por las independientes, falta un
enorme trecho para albergar a gran parte de cuantas se hacen. Es cierto que,
con el nuevo sistema de Ayudas estatales, el volumen de producción va a
reducirse notablemente; quizá quede en solo la mitad del centenar y medio de
largometrajes que se estaban realizando. Pero aun así, el “gap” resulta
espectacular. El problema es que las cuentas no les salen a los distribuidores
independientes: para que una película española tenga “cara y ojos”, se precisa
una inversión de entre 100.000 y 300.000 euros con una modesta cantidad de 40
copias (o, en la actualidad, DCPs) y una cierta promoción publicitaria. Dado
que al distribuidor le llega aproximadamente la tercera parte de los ingresos
de taquilla, y estableciendo el precio medio de la entrada en torno a 6 euros, para
un pequeño beneficio necesitaría tener de 50.000 a 150.000 espectadores, lo que
no consiguen demasiados títulos nacionales. A lo que se suma el tremendo
impacto del IVA del 21% sobre las recaudaciones obtenidas. Por ello, las Ayudas
públicas a la Distribución independiente se convierten en un salvavidas
imprescindible.
Logotipo del circuito Cinesa, recientemente adquirido por el grupo chino Wanda
Ese IVA brutal afecta igualmente a los circuitos de
exhibición. Tres son los mayores y más poderosos de España: Cinesa (comprado por el grupo chino Wanda a la compañía británica de capital riesgo Terra Firma), Yelmo (adquirido en julio
de 2015 por la mexicana Cinépolis) y Kinépolis (de capital belga), además de
otros de ámbito autonómico como Cinesur en Andalucía, propiedad de la francesa
MK2, u Ocine y ACEC en Cataluña; o de carácter especializado en producción
independiente, sobre todo europea, y en versión original, tipo Golem, Renoir,
Verdi, Van Dyck o Manhattan. Entre todos, componen un plantel de unas 3.700 pantallas
que, aunque se va reduciendo de forma progresiva, sigue considerándose excesivo
para el volumen de público existente.
Lo primero que hay que decir es que este sector de la
exhibición ha experimentado una profunda transformación durante estos últimos
años a consecuencia de la digitalización de las salas. Y lo ha cargado sobre
sus espaldas, sin recursos públicos, estatales o autonómicos, que lo apoyaran. Pese
a que la Ley del Cine de 2007 marcase el camino mediante convenios entre el
ICAA y las Comunidades Autónomas (a las que están transferidas las competencias
sobre la exhibición, lo que se suele olvidar), apenas se ha llegado a concretar
esta colaboración, y los circuitos o los locales individuales han tenido que
asumir los costes del cambio hacia el digital. Pero, eso sí, con la decisiva participación
de los distribuidores a través del llamado Virtual Print Fee (VPF), quienes
deben pagar una cantidad media de 650 euros en cada ocasión, por lo que –contra
lo que se cree– apenas les ha supuesto ahorro respecto a gastos en copias y en su
transporte.
También en este caso “el pez gordo se come al chico”, porque
las grandes redes de exhibición les hacen difícil la vida a las salas
independientes. Igual que en el terreno de la distribución, es “la lógica del
capitalismo”, se dirá, pero en una economía social de mercado como asegura ser
la española, deberían existir mecanismos correctivos. De cualquier forma, la
mayoría de las opiniones coincide en que hoy no existen problemas para estrenar
cine español en las salas, dado el volumen de pantallas antes citado. Otra cosa
es que se pueda hacer en las más apetecibles, sobre todo en las situadas en el
centro de las ciudades, o en los mejores horarios, que suelen desaparecer sobre
todo a partir de la segunda semana de exhibición, cuando tantas películas
quedan reducidas a uno o dos pases, no precisamente los de mayor tirón para el
público. Pero el actual “cuello de botella” al que se enfrentan nuestras
películas se halla más en la distribución que en la exhibición, por paradójico
que pueda parecer.
La verdad es, frente a lo mucho que se está debatiendo estas
semanas en Francia sobre la diversidad cultural en términos cinematográficos,
amenazada por la creciente invasión de los “blockbusters” de las
multinacionales y el gran capital, aquí parece que nos conformamos con el
“statu quo”. Y no debería ser así por los siglos de los siglos.
(Publicado en la revista especializada "Caimán" nº 100, mayo de 2016).
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