Hay algo de salvaje, todavía sin explotar, en la mirada de
Natalia de Molina. Hay también algo tierno, cálido, sensual, en sus ojos y en
su actitud. Y, por si fuera poco, hay algo muy íntimo que se desliza fácilmente
hacia las lágrimas, que en ocasiones vienen motivadas por su timidez y, en
otras, por su impotencia para ser hasta el final esa mujer fuerte que desearía
ser. Hay, en definitiva, nada más y nada menos que toda una actriz.
Por eso, quizá, cuando se le pregunta qué puede enlazar su
Belén de Vivir es fácil con los ojos
cerrados, su Rocío de Techo y comida,
su Natalia de Kiki y su Gloria de Pozoamargo, diga que son todas “mujeres fuertes dentro de su fragilidad”
o que, al menos, intentan llegar a serlo (¿igual que ella?). Personajes que no
pueden ser más distintos entre sí, pero que confluyen en el rostro y el cuerpo
de Natalia de Molina. Con especial carisma en el caso de Techo y comida, la película de Juan Miguel del Castillo, que narra
la odisea cotidiana de una mujer joven que, con su hijo de ocho años, intenta
sobrevivir sin apenas nada que llevarse a la boca. Su interpretación respira
verdad e intensidad, asombra por su cercanía y fuerza, dentro de una espiral de
dramatismo tan reconocible en estos momentos.
Recuerdo que, al término de un preestreno de Techo y comida en la Academia de Cine,
le predije a Natalia de Molina que, con ese espléndido trabajo, ganaría el Goya
a la Mejor Actriz. Se echó a reír, musitó una frase de conveniencia sobre que
no lo creía, que “era muy muy difícil”,
y acabó emocionándose cuando otros académicos se acercaron a ella para
comentarle algo similar. No nos equivocábamos: no solo el Goya, sino casi todos
los numerosos premios que se conceden cada temporada fueron a sus manos, algo
especialmente valioso en un año como el pasado de poderosas interpretaciones
femeninas. Lo que ahora viene a redundar el tan justo Halcón que se va a llevar
en la gala de los Premios Turia.
No resultaba difícil adivinar cuál iba a ser su trayectoria
después de que David Trueba la “descubriera” en Vivir es fácil con los ojos cerrados, en aquel papel de chica
embarazada que escapaba del encierro al que le sometía su familia y se iba a
con Javier Cámara a Almería en busca de un mítico John Lennon. Con ese
personaje obtuvo ya Natalia de Molina el Goya a la Mejor Actriz Revelación en
2014 e incluso, tras un plazo de espera, rompió con la “maldición” de que a
muchos de quienes lograban ese premio se les hacía luego difícil desarrollar
una buena trayectoria. No ha sido ese su caso, como resulta fácil constatar en
su todavía muy breve carrera.
Porque Natalia de Molina tiene tan solo 25 años y, perdón por
el tópico, todo el futuro por delante. Desde muy pequeña, esta jienense, criada
en Granada y trasladada luego a Málaga (es decir, andaluza por los cuatro
costados), tuvo muy claro que quería ser actriz, igual que su hermana Celia,
con la que ha compartido diversos proyectos y la comedia Cómo sobrevivir a una despedida. Admiradora confesa de Gena
Rowlands –lo que no es tan habitual–, sobre todo por Una mujer bajo la influencia, y de Marilyn Monroe, cuya efigie
lleva tatuada, siempre ha tenido un afán de superación y de marcarse retos por
los que merece la pena luchar. Retos tan complicados como el de hacer creíble
la doble parafilia (dendrofilia y harpaxofilia) de su personaje de Kiki, dotándole de ese fuerte erotismo
que Natalia de Molina también dimana y demuestra asimismo en Pozoamargo.
“Creo que el cine también
gana cuando se le da más espacio a las mujeres”, dijo en febrero al recoger su Goya,
como muestra de que se siente cercana a reivindicaciones feministas. Aunque no es
menos cierto que quiso terminar sus palabras de agradecimiento con la frase “¡Techo, comida y dignidad para todos!”,
pero había consumido su tiempo y debió comunicarlo después a través de
“twitter”.
En último término, Natalia de Molina significa lo opuesto a esas
veinteañeras de series televisivas que tanto proliferan. Alguien que comienza
su andadura en la adolescencia como la Adela de “La casa de Bernarda Alba” no
podría ajustarse a tal modelo. Ella es, según escribiera Miguel Hernández y
cantase Paco Ibáñez, una auténtica “jienense
altiva”, como aquellos aceituneros…
Natalia de Molina, en "Techo y comida", de Juan Miguel del Castillo (2015)
(Publicado en el Extra dedicado a los Premios Turia por "Turia" de Valencia, julio de 2016).
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