Nunca se case con un periodista


"Primera plana", de Billy Wilder

Se lo decía de forma tajante el director del ‘Chicago Examiner’ a la novia de su redactor estrella, Hildy Johnson: “Cásese con un enterrador, con un pistolero, con un tahúr, pero nunca se case con un periodista”. Claro, que el propio reportero no tenía tampoco una gran opinión de sus compañeros de oficio, a quienes definía como “un atajo de pobres diablos con los codos raídos y los pantalones llenos de agujeros. Y que miran por la cerradura y despiertan a la gente a medianoche para preguntarle qué opina sobre tal o cual. Que roban a las madres fotos de sus hijas que han sido violadas en los parques. Y, ¿para qué? Para hacer las delicias de un millón de dependientas y amas de casa y que, al día siguiente, el periódico sirva para envolver un periquito muerto”… Frases vitriólicas, escritas por Billy Wilder e I.A.L. Diamond para ‘Primera plana’, tercera y mejor versión de la obra teatral de Ben Hecht y Charles MacArthur, protagonizada nada menos que por Jack Lemmon y Walter Matthau en los papeles del periodista y su director.

No ha sido siempre así, desde luego, y David Felipe Arranz lo deja patente en su libro ‘Las cien mejores películas sobre periodismo’, que acaba de editar Cacitel. Personaje habitual en el cine, especialmente el norteamericano, el periodista ha compartido numerosas veces ese espacio preferencial con las otras dos profesiones que, según el dicho clásico, también trabajan sobre todo por la noche, policías y prostitutas. Con los primeros coincide en su exploración sobre cuanto la sociedad no puede o quiere ver, sobre ese subsuelo interesadamente oculto. Con las segundas, en su fuerte vínculo con el dinero, ya sea el de las empresas en que se hallan contratados, de la publicidad que figura junto a sus escritos o de los políticos que están tan a menudo detrás de los titulares, como ya en 1941 supiese demostrar Orson Welles en su ‘Ciudadano Kane’.

"Todos los hombres del Presidente", de Alan J. Pakula

A grandes rasgos, y dentro de una cierta función de “espejo” de los medios informativos, creo que la manera en que el cine los ha abordado corresponde a cinco grandes núcleos: como partícipes fundamentales de la libertad de expresión; como centros de poder en ocasiones excesivo; como sujetos en tantos momentos a las tentaciones del sensacionalismo y la manipulación; como necesarios intermediarios entre los ciudadanos y la realidad y, en los casos más llamativos, como modificadores de esa realidad, quizá exagerando su auténtico papel “por necesidades del guion”. Todos cuantos films se han fijado en la Prensa para sus principales tramas, no de manera casual ni anecdótica, podrían acomodarse dentro de estos cinco grupos básicos, además de existir trabajos donde confluyen ambos medios, tipo los noticiarios y los documentales de investigación o denuncia.

Con acentos más analíticos y reflexivos en importantes obras europeas de Schlöndorff, Fassbinder, Bellocchio, Antonioni o Tavernier, las películas “con periodista” tuvieron su apogeo durante la década estadounidense de los cuarenta y, posteriormente, en las de los setenta y ochenta del siglo pasado, marcados en excelencia desde 1976 por ‘Todos los hombres del Presidente’, de Alan J. Pakula, sobre el descubrimiento del escándalo Watergate.

"Vacaciones en Roma", de William Wyler

En el primer caso, coincidiendo con el apogeo del “cine negro” y casi como una prolongación del mismo, con un interés particular por parte de los cineastas que, como el Fritz Lang de ‘Mientras Nueva York duerme’ (aunque realizada ya en 1956), llegaron a América huyendo del nazismo y habían sufrido en carne propia hasta qué punto una Prensa dependiente del Poder puede devenir en pura y hostil propaganda. En el segundo periodo citado, cuando un enviado especial enfrentado a conflictos violentos en países problemáticos, se siente impelido a participar en ellos de forma directa. Un modelo que popularizó en 1982 ‘El año que vivimos peligrosamente’, del australiano Peter Weir, con Mel Gibson en plan heroico, y cuyo éxito originó una amplia cohorte de imitadores. Aunque lo cierto es que el periodista que en sueños siempre quisimos ser es aquel Gregory Peck que, con su Vespa, conquistaba a la princesa Audrey Hepburn de ‘Vacaciones en Roma’…


Nada comparable a lo anterior en la producción española, salvo ejemplos aislados como ‘La verdad sobre el caso Savolta’ o ‘Territorio comanche’, probablemente porque la dictadura impidió la libre expresión en uno y otro medio. Una libre expresión imprescindible, ya que –en definitiva– ambos buscan lo mismo: la verdad. La verdad informativa en el caso del periodismo y la verdad artística en el del cine.

(Publicado en el suplemento cultural "La sombra del ciprés" de "El Norte de Castilla", de Valladolid, 21 de junio de 2019).


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