Era el 27 de enero de 1964 cuando la Cartelera Turia se asomaba por primera vez a los kioscos. ¿Haría
frío ese día? ¿Llovería? ¿Se venderían muchos ejemplares? No lo sabemos, pero
lo que sí es cierto es que eran tiempos duros, sin libertad de expresión, en una
dictadura franquista que se aprestaba a celebrar sus “25 Años de Paz”. Con enormes
y agotadoras celebraciones, orquestadas por Manuel Fraga Iribarne, entre las
que se incluía el estreno de la película de propaganda Franco, ese hombre.
Sacar una revista entonces, aunque fuera la tan modesta Turia inicial, podría parecer una
locura. Sobre todo, porque pronto adquiriría unos aires críticos y
contestatarios que no gustaron nada al Régimen. Pero es que el país estaba ya
en ebullición, concretamente en el terreno cinematográfico, con la
proliferación de cine-clubs, publicaciones e incluso un Nuevo Cine Español que iba
tomando carta de naturaleza. 1964 es el año de estreno de Llanto por un bandido, de Saura; Tiempo de amor, de Diamante; La
niña de luto, de Summers; Llegar a
más, de Fernández Santos; El
espontáneo, de Grau… Pero especialmente memorable por llegar a las
pantallas dos obras maestras absolutas de nuestro cine, como El verdugo, de Berlanga, y La tía Tula, de Picazo, mientras –en el
otro platillo de la balanza– sufríamos la vergüenza de que se le retirase a Viridiana su nacionalidad española.
Sí, el 64 fue un año muy goloso para el espectador, como si
el cine quisiera darle una bienvenida gozosa a esa pequeña cartelera que nacía
en Valencia. Era acogida en una especie de Olimpo habitado por dioses entre los
que se hallaban Donen con Charada, Mulligan
con Matar a un ruiseñor, Hitchcock
con Marnie, la ladrona, Huston con La noche de la iguana, Risi con La escapada o Antonioni con La noche; y los entonces jóvenes Demy y
Los paraguas de Cherburgo (que
triunfase en Cannes), Varda y Cleo de 5
a 7 o Lester y ¡Qué noche la de
aquel día! Nombres y títulos que nos hacen salivar en el recuerdo, como con
el del gran Jerry Lewis que nos llegaba por partida doble mediante El profesor chiflado y Lío en los grandes almacenes, justo el mismo año en que decíamos
adiós a Harpo Marx.
También por partida doble estaba en las carteleras otro
grande como Billy Wilder con Traidor en
el infierno y La tentación vive
arriba, con la particularidad de que eran películas ya con años a sus
espaldas, de 1953 y 1955 respectivamente, rescatadas de las garras de la
censura por la política “aperturista” de José María García Escudero, el director
general de Cinematografía en esos días. Lo mismo sucedería con Rebelde sin causa, de Nicholas Ray, que
veíamos también tras nueve años de injustificable prohibición. Un Ray que había
colaborado con el “imperio Bronston”, radicado en las afueras de Madrid y que
ofrecía las últimas muestras de su producción con La caída del imperio romano y El
fabuloso mundo del circo.
En este 1964 cuando, según un estudio de la Unesco, había en
el mundo 212.000 salas de cine y 54 millones de personas iban cada día a ellas,
se estaba viviendo un momento de eclosión cinematográfica por todas partes. Nos
llegaron también, más o menos recortados, enormes éxitos populares aquí y allá,
como La pantera rosa, Desde Rusia con amor, El mundo está loco,
loco, loco, Topkapi, Tom Jones o Becket, films que se hicieron longevos
en las carteleras, aunque no tanto como West
Side Story y Cleopatra, que,
estrenados la temporada anterior, se eternizaban en unas salas repletas.
Ah! También vivimos en el 64 un hecho absolutamente
excepcional: por primera vez desde el final de la Guerra Civil, el Régimen
autorizaba que una película no religiosa, Alegre
juventud, se proyectase durante la Semana Santa… Spain era verdaderamente “different”.
(Publicado en el Especial 55 Aniversario de "Turia" de Valencia, junio-julio de 2019).
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