Envuelto en un cierto silencio, inducido
por él mismo al no querer hablar de su enfermedad, con tan solo 73 años ha
fallecido Goran Paskaljevic, uno de los principales cineastas europeos de las
últimas décadas. Dirigió 18 películas, muchas de ellas en circunstancias
difíciles, porque entre 1992 y 1998 tuvo que exiliarse de su país, Serbia, a
causa del odio de un ultranacionalismo que le consideraba “traidor a la patria” o, cuando menos, “altamente sospechoso” (según la policía de Milosevic), por haber
mantenido que esa extrema derecha era la culpable de la guerra que asoló los
Balcanes.
Con su característico acercamiento
tragicómico a la realidad, muy enraizado en su cultura, el cine de Paskaljevic se
hizo más duro, incisivo y amargo a raíz de El
polvorín, en 1998, inicio de su llamada “Trilogía serbia”, continuada por El sueño de una noche de invierno y Optimistas. Precisamente con esta
película obtendría en 2006 la segunda de sus tres Espigas de Oro en la Semana
de Cine de Valladolid, precedida por la de La
otra América en 1995 y seguida por la de Lunas de miel en 2009. De hecho, ha sido el único cineasta en
obtener el premio máximo del certamen en una triple ocasión, además de recibir
en Valladolid un homenaje que incluía toda su filmografía hasta ese momento,
1996, y un libro original del crítico norteamericano Ron Holloway.
Pero si Goran Paskaljevic era un gran
cineasta, todavía mejor era como persona. Tuve una fuerte amistad con él en
todos estos años, derivada, como puede deducirse, de mi trabajo al frente del
Festival vallisoletano, e incrementada en tiempos posteriores. Encuentros,
charlas y cenas en Bruselas y París, donde residió alternativamente con
Belgrado cuando pudo volver a su país, en compañía de su mujer, Christine,
fueron potenciando una relación de la que solo guardo buenos recuerdos.
Y que se multiplicaron al compartir el
Jurado Internacional de la Semana en 2015, él como Presidente y yo como
seguidor encantado con sus conversaciones, su bonhomía y su sentido del humor.
Es cierto que, a lo largo de todo un Festival, los integrantes de un Jurado
acaban intimando más que incluso con familiares. Así viví yo el de la 60 edición,
cuando acabamos premiando a una película islandesa, Rams (El valle de los
carneros), que a él le encantaba especialmente porque enlazaba con aquella “tragicomedia humana” que había sido su hábitat
inicial. Hasta que, con las masacres de la exYugoslavia dentro de él y citando
a Voltaire en Optimistas, llegase al
terrible convencimiento de que “optimismo
es la locura de insistir en que somos todos buenos, cuando todos somos
miserables”.
Inolvidable Goran, siempre con su eterno sombrero, siempre con su sonrisa cariñosa, siempre con su delicada apuesta por la amistad..
(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2020).
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