Fue el eje central de mi breve
intervención para agradecer el Premio Especial que la generosidad de la Turia tuvo a bien concederme el pasado 16
de octubre por, según aseguró al anunciar este Halcón Maltés, mi “trayectoria de apoyo al cine español”. Y
lo dije porque lo creo sinceramente: el cine español es un colectivo que, salvo
excepciones, merece mucho la pena, ya sea en sus tres sectores tradicionales de
producción, distribución y exhibición, ya sea en la configuración de sus profesionales
de todas las ramas. Como suele suceder cuando se trata de una labor donde el
factor vocacional juega casi siempre un papel decisivo, el conjunto de nuestro
cine se ha hecho acreedor a esta alta consideración. Pese a que tantos han
intentado denigrarlo, con adjetivos que se querían insultantes, bien conocidos
pero que no quiero repetir, buscando un rédito fácil y demagógico entre los
suyos.
Dado que el ministro de Cultura se
hallaba en el acto, quise subrayarlo ante él para que tenga siempre en cuenta
esta valía de un colectivo donde el arte y la industria se funden de manera
continua. Unos profesionales que si siempre han vivido en la cuerda floja del
trabajo intermitente, el paro, el éxito o el fracaso, lo están pasando aún
mucho peor en estos interminables meses de pandemia. Es un sector muy frágil,
inseguro, que vive sujeto a que su oficio vaya en una dirección u otra, pero
que siempre responde cuando se le necesita. Un amplio núcleo humano que se
diría extremadamente quebradizo cuando las cosas vienen mal dadas, aunque resulta
muy fuerte justo cuando parece vencido. Donde los “egos” resaltan muchas veces,
llenando titulares y reportajes, por más que sea solidario hasta el máximo
cuando se reclama su participación en un proyecto atractivo. La típica imagen
del junco que se cimbrea cuando el viento le ataca, pero que no llega a
romperse, es la que más conviene a un cine español merecedor de una mejor
imagen que la que suele propagarse sobre él. Y necesitado de mayor respeto,
consideración y apoyo de los que suele hallar entre nosotros.
Si traté de comunicar esta convicción al auditorio de los Premios Turia, en lo que coincidí con un crítico teatral tan valorado por mí como Nel Diago, acabé dedicando mi galardón –como él hizo con José Monleón– a dos personas más que merecedoras de tal mención: Francesc (Paco) Betriu, un estupendo cineasta, fallecido días atrás, a quien creo que no se le ha otorgado la suficiente atención; y Vicente Vergara, alma de la Turia durante tantos años y a la que sigue inspirando desde un silencio que transmite energía y deseos de vivir. Él fue el protagonista de una Gala cuyos asistentes acabaron puestos en pie para ovacionarle desde el cariño y la admiración.
(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2020).
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