De la trayectoria personal a la "modernidad cinematográfica" (esquema)


*  Lo primero que hay que decir es que, contra lo que opinaba Truffaut (“Los niños dicen que de mayores quieren ser pilotos, bomberos o deportistas, pero nunca críticos de cine”), yo sí me considero un crítico vocacional. De hecho, a los seis años y quizá por una cierta influencia del contexto familiar, muy cinéfilo, empiezo a escribir reseñas críticas.

·   *Ya de manera más “profesional”, cuando llego a la publicación de crítica cinematográfica, a finales de los 60, todavía pervive la estela de los “Nuevos Cines” propiciados desde el nacimiento de la “Nouvelle Vague”. Y también permanece en España la rivalidad entre “Film Ideal” y “Nuestro Cine”, que responden a los esquemas que defendían “Cahiers du Cinéma” en Francia y “Cinema Nuovo” en Italia: cine norteamericano, formalismo, autonomía del hecho cinematográfico en el primer caso; contenido, cine europeo (especialmente italiano) e ideologización en el segundo. Iván Tubau ha analizado adecuadamente este enfrentamiento en su tesis doctoral y en su libro “Crítica cinematográfica española: Bazin contra Aristarco”.

·   * Aunque comienzo escribiendo en “Nuestro Cine”, el trabajo crítico fundamental lo realizo en “Triunfo” a lo largo de ocho años (junto a Diego Galán), entre 1970 y 1978. Allí efectúo una labor caracterizada por un cierto análisis ideológico de las películas, con su interrelación con la cinematografía y el país en que nacen, dentro de una clara dimensión política, que se traduce en frecuentes denuncias de las tropelías cometidas por la censura franquista. Junto a ello, un amplio volumen informativo, que llega a albergar cuatro páginas semanales con entrevistas del director español que hubiese estrenado en fechas recientes, algo impensable en el panorama informativo de hoy.

·  *  Al pasar al semanario “La Calle” como redactor-jefe, predomina esa especial dedicación crítica e informativa al cine, aunque ya en democracia, lo que permitía enfocar el tema sin tantas urgencias políticas. Se trata, sobre todo, de vislumbrar qué nuevos caminos se abren ante el cine español, ya sin censura y con libertad de expresión, en esta etapa de la Transición, que denominé “Cine de la recuperación” en los ámbitos político, ético, moral, erótico y de las costumbres en general, cegados antes por la dictadura.

·  * Cito todo esto porque, al asumir en 1984 la dirección de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, lo que en definitiva me planteo es “hacer críticas” en público, proponer aquello que me parece fundamental en ese momento ante centenares de espectadores que me darán o no su aprobación. Aunque con un criterio básico de pluralidad, y no limitándome al “ghetto” de mis gustos personales.

·  *  Tenía como referencia clara y directa la Semana Internacional de Cine de Autor que Julio Diamante dirigiese desde 1972 a 1989 en Benalmádena (Málaga). Un Festival ejemplar por muchos motivos, combativo e innovador, que servía de referencia opuesta al de San Sebastián que, por aquel entonces, suponía un escaparate del franquismo hacia el interior y el exterior. Y, en el aspecto organizativo, quise conocer desde dentro cómo estaban planteados los de Berlín y Locarno, cuyas normas de funcionamiento en este terreno merecían ser analizadas y aplicadas por su rigor y seriedad.

· Volviendo al punto anterior, cuando llego al Festival lo primero que me planteo es recuperar a un público que en buena parte se había perdido. Hay que recordar que estamos en la década de los 80, cuando, por la irrupción del vídeo, las salas pierden espectadores día tras día. Y aplico una cierta teoría de la piedra arrojada al estanque y que forma círculos concéntricos: si interesas al público de la ciudad, interesarás a los medios locales; si a estos, a los nacionales; si existe esa onda mediática, la industria querrá participar en el Festival; y si la industria nacional lo hace, también repercutirá en el contexto internacional.

· * Por tanto, debía conciliar esta exigencia con una propuesta que resultase renovadora y atenta a lo que en ese momento se estaba desarrollando en el mundo del cine. Entre otras cosas, darle al documental –que parecía confinado a la televisión– carta plena de naturaleza a través de la creación de la sección “Tiempo de Historia”, iniciativa seguida después por muchos certámenes. Otro tanto respecto a los cortometrajes, las series televisivas y al cine de animación, que se solía destinar solo a los niños, pero que a través de programas de obras de grandes autores del género, se demostraba que podían tener un alcance mucho mayor. Y abrir las puertas para cineastas desconocidos o semidesconocidos en España (Kiarostami, Egoyan, los Hermanos Dardenne, Eustache, Loach, Terence Davies, Mike Leigh, Guédiguian, Téchiné, Amelio, Moretti, Paskaljevic, Gitai y tantos otros) que no llegaban, o no lo hacían fluidamente, a los circuitos de exhibición. Al tiempo que cada año se revisaría la trayectoria completa de un cineasta español y, junto a los “nuevos autores” del panorama internacional también se proyectaría la filmografía íntegra de “clásicos”, en ocasiones no del todo conocidos o suficientemente “valorados” (Mankiewicz, Donen, Penn o Costa-Gavras, por citar algunos). En definitiva, abrir al máximo los caminos del cine contemporáneo, sin exclusión de ninguna película en razón de su género, su nacionalidad o su planteamiento estilístico o temático. Siempre guiados por lo que, en nuestra opinión, era de calidad contrastada y no sometido a una moda pasajera o a la conveniencia de programar algo para asegurarse la presencia de un determinado artista. Lo que considero fundamental en cualquier certamen.

 *   *Significaba una apuesta arriesgada, pero mi equipo y yo consideramos fundamental crear un esquema de programación sólido y que se mantuviera a lo largo del tiempo, aunque, lógicamente, cambiasen sus protagonistas. Porque lo fundamental de un Festival es que tenga una identidad propia, una personalidad definida, que se sepa “a lo que se va” cuando se acude a él. Así traté de mantenerlo en los veinte años en que lo dirigí, aunque siempre estando atento a las modulaciones que se producían edición tras edición.

·Si me planteo cuáles han sido los “signos de modernidad cinematográfica” en estas dos décadas (de 1984 a 2004) en que estuve al frente de Valladolid, creo poder resumirlas en estas siete:

·        -La transgresión que el cine contemporáneo ha realizado de las fronteras establecidas entre ficción y documental, hasta fusionarse en muchas ocasiones tanto en su acercamiento a un tema determinado como a la manera fílmica que viene tratado.

·   -El cuestionamiento que el autor hace de su propio trabajo, en un ejercicio de autorreflexión, de “espejo de sí mismo”, que tiene numerosas concomitancias por cuanto se plantea en otras facetas artísticas. Sin llegar a la complacencia o al metalenguaje, la necesidad de replantearse la función del autor en el mundo contemporáneo, su sentido y su valía.

·           - La crisis del sistema de representación habitual y, por tanto, la relación de la obra con el espectador.

·    - La apertura hacia otras formas de expresión que no fuesen las que conocemos como “eurocéntricas”, siempre limitadas al cine de nuestro entorno o, en todo caso, al norteamericano. De hecho, la Semana de Valladolid ha realzado con su Espiga de Oro durante mi periodo (y asegurado su distribución en España) a títulos como  “Sacrificio”, de Tarkovski, “Leolo”, de Lauzon, “Ju dou”, de Zang Yimou, “Sangre y oro”, de Jafar Panahi, o “Hierro 3”, de Kim-Ki-duk, por poner solo un quinteto de ejemplos.

·     - La necesidad de promover y defender el cine independiente allá donde se produzca, frente al dominio de las grandes multinacionales de la comunicación y de un gusto mayoritario ahormado por la continua presencia del lenguaje televisivo.

·     - La consideración, antes mencionada, de que el cine es un fenómeno completo y complejo, donde no deben existir nunca barreras institucionalizadas sobre qué géneros, estilos o nacionalidades deben ser las dominantes. Una especie de “globalización” del cine, en el buen sentido de la palabra.

·            -  En gran parte como lógica consecuencia de todo ello, la incesante modulación o incluso transformación del lenguaje cinematográfico que se ha ido viviendo a lo largo de estas dos décadas.

·    * Una última cuestión: ¿Responden los Festivales (españoles en concreto) a estos puntos que me parecen básicos, o muchos están atenazados por las ideas fijas del “glamour”, la alfombra roja, el “photo-call” y otras zarandajas? Conviene que cada uno se dé respuesta a ello, y podemos argumentarlo en el coloquio posterior.

·       * Pero quede claro que cualquier Festival que no esté atento a los cambios de todo tipo que experimenta el cine, que no sepa poner a los espectadores en relación con su “modernidad”, estará incumpliendo lo que debería constituir su regla máxima, su razón de ser. Que no es tan simple como enlazar unas cuantas películas y buscar la fácil repercusión en el público y los medios de comunicación.

    (Esquema de la intervención que, como "Testimonio", tuvo lugar en el Seminario "Crónica de un desencuentro: La recepción del cine moderno en España", celebrado en Valencia los días 26 y 27 de noviembre de 2015).

No hay comentarios:

Publicar un comentario