Puede parecer banal que se diga de una película que es “como las que ya no se hacen”, pero no lo es tanto. Significa que pertenecen a una etapa del cine en que, para competir con la creciente televisión y paralelamente a la llegada de las ‘Nuevas Olas’, Hollywood se entregó a la creación de potentes producciones “bigger than life”, “más grandes que la vida”, destinadas a convencer al público de que aquello solo podía verlo en una enorme pantalla y con los mejores medios técnicos. Son los años 60, cuando obras como ‘Lawrence de Arabia’, ‘Cleopatra’ o parte de las rodadas por Bronston en España ven la luz. Y justo en mitad de esa década, en 1965, nace ‘Doctor Zhivago’, de David Lean, basada en la novela que Borís Pasternak publicase ocho años antes en Italia (ante la imposibilidad de hacerlo en la Unión Soviética) y de la que, por tanto, se cumple ahora medio siglo de existencia.
Pero no es solo cuestión de producción o de gran espectáculo.
Viendo hoy ‘Doctor Zhivago’, se detecta en ella una cuestión fundamental y que
afecta al “tempo” cinematográfico. Es otra manera de narrar distinta a la
actual, otra forma de dar a cada plano, a cada escena, a cada secuencia, el
tiempo justo que necesita. Cabe llamarlo “clasicismo”, cabe considerarlo –como se
dijo de forma despectiva hasta hace poco– un lenguaje conservador y que nada
innova, pero la verdad es que pervive actualmente mucho mejor que el utilizado
por obras aclamadas en su día por cierta voluntad de ruptura. David Lean es el
narrador clásico por excelencia de los grandes relatos, el cineasta que ha sabido
expresar con mayor claridad y precisión aquellos vastos mundos que deseaba reflejar.
Lo que se multiplica, en cuanto a dificultad, al poner en
imágenes durante tres horas y cuarto una novela de la longitud y la complejidad
de la de Pasternak. Pero no voy a entrar en los detalles de esa adaptación, debida
en primer término al excelente guionista Robert Bolt, que también escribiese
‘Lawrence de Arabia’. La acaba de estudiar minuciosamente César Antonio Molina
en un libro de muy reciente aparición. Como ya también existe, desde el año
2000, un preciso estudio crítico a cargo de Ramón Moreno Cantero. No, lo que me
interesa en este artículo es realzar la figura de un cineasta cuyo pulso
narrativo se muestra capaz de aunar una historia con minúsculas y la Historia
con mayúsculas, como Lean consigue en ‘Doctor Zhivago’. La historia de amor de
Yuri y Lara, y la no menos importante de Yuri y Tonia, no serían las mismas si
no las viéramos enmarcadas en las diferentes etapas de la Revolución soviética,
hacia cuya trayectoria posterior tanto Pasternak como Lean demuestran tan poca
simpatía. “¡Es terrible vivir en esta
época!”, exclama Lara, una época en la que –según Strélnikov/ Pasha– ya “no hay vida privada en Rusia. La Historia
la ha matado”…
El tren rojo en que viaja Strélnikov
Con una atención especial a los objetos, con predilección
especial por los espejos y las escenas vistas o entrevistas a través de
cristales semiborrosos o cubiertos por la nieve, como la espléndida confesión
de Lara a Pasha, Lean se muestra también siempre dotado para las secuencias
épicas, del estilo de la carga en el lago helado o del tren rojo que surge a
toda velocidad entre los escapados de Moscú y que nos “descubre” a un
impactante Strélnikov, sin olvidar ese lirismo que baña habitualmente ‘Doctor
Zhivago’. Pese a que, con una modestia no habitual en él, Lean calificase su
película de “una historia muy simple: un
hombre se casa con una mujer y se enamora de otra. El desafío es conseguir que
el público no condene a los amantes”. En definitiva, lo mismo que ya
tratase veinte años antes en su intimista ‘Breve encuentro’. Al film solo cabe
reprocharle hoy una fotografía demasiado luminosa en interiores de Freddie
Young y que juega al fácil recurso del foco dirigido a los ojos de Julie
Christie y Omar Sharif (aunque inolvidables ambos, igual que Geraldine Chaplin
y Tom Courtenay), y la excesiva insistencia en los dieciséis compases del bello
‘Tema de Lara’, de Maurice Jarre.
Recordemos, para finalizar, que ‘Doctor Zhivago’ se rodó en
su mayor parte en España: gracias a la maestría del diseñador de producción John
Box, Canillas, en los alrededores de Madrid, se convirtió en Moscú y la meseta
soriana en las localidades de Yuriatin y Varíkino, entre otras localizaciones,
que incluyen la madrileña Estación de Delicias como si fuera la moscovita. Y
especialmente estando en las páginas de ‘El Norte de Castilla’, hay que subrayar
que Miguel Delibes se encargó de poner en castellano los diálogos del doblaje
español, tarea que recordaba así ante Ramón García Domínguez: “Fue aquella una experiencia muy interesante
para mí y una disciplina a la que me sujeté con gusto, pues tenía que tener en
cuenta no solo la adecuación castellana y coloquial de preguntas y respuestas,
sino muchas veces los movimientos labiales de los personajes. Es decir, que yo
tenía que decir una cosa con un número concreto y determinado de sílabas. Esto,
como labor de disciplina para un escritor, es siempre positivo”. Parece que
solo le hicieron cambiar las palabras “violada” por “forzada” y “bastardo” por
“lacayo”… Igual que la censura franquista, pese al adulterio, se limitó a
cortar la escena del canto masivo de La Internacional, dejando únicamente el
eco que de él se oía en el restaurante donde cenaban Lara y Komarovski.
Con un coste definitivo de 15 millones de dólares,
triplicando su presupuesto inicial, ‘Doctor Zhivago’ logró cinco Oscars (al
guion adaptado, a la fotografía, al diseño de producción, al vestuario y a la
música), sobre diez nominaciones, pero los de película y dirección se los arrebató
‘Sonrisas y lágrimas’, de Robert Wise. Lejos ya de estos premios, o de la
acogida muy negativa de la crítica de entonces frente al entusiasmo del
público, cincuenta años después comprobamos que el film de David Lean es ya todo
un clásico.
(Publicado en "La sombra del ciprés", suplemento cultural de "El Norte de Castilla", de Valladolid, 28 de noviembre de 2015).
Esta en mí podio.
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