Hasta hace no demasiados años, programar una película
islandesa en un festival parecía toda una rareza. De tiempo en tiempo llegaba
alguna del “clásico” Fridrik Thor Fridriksson, cuyo Hijos de la naturaleza llegó a estar nominada a los Oscar en 1991. Posteriormente,
ha sido Baltasar Kormákur el director de referencia desde 101 Réykjavik (2000), con una carrera posterior en Estados Unidos.
Pero apenas nada más, salvo algún título aislado y colaboraciones con otros
países escandinavos a la hora de una financiación conjunta. La escasa
producción cinematográfica islandesa, de en torno a una decena de
largometrajes, se corresponde con el limitado número de sus habitantes, que no
llega a los 350.000 en un territorio como Portugal, pero deshabitado en buena
parte por la cercanía polar y la afluencia de volcanes. Empleada con frecuencia
por Hollywood como escenario de films de aventuras o de carácter épico, que
logran una devolución de un 20% de lo invertido allí, Islandia tiene el porcentaje
de asistencia a las salas mayor de toda Europa e incluso su cuota de mercado
nacional suele ser, pese a esa citada escasa producción, algo superior al 10%.
"Sparrows", de Rúnar Rúnarsson, Concha de Oro
Por todo lo cual, sorprende positivamente que los dos
principales festivales españoles, San Sebastián y Valladolid, hayan coincidido en
otorgar este año sus máximos galardones a dos películas islandesas: la Concha
de Oro para Sparrows, de Rúnar
Rúnarsson, y la Espiga de Oro para Rams:
El valle de los carneros, “opera prima” de Grímur Hákonarson. E incluso en
el certamen vallisoletano también un intérprete islandés, Gunnar Jónsson, ha
logrado el Premio al Mejor Actor por su excelente trabajo en otro notable film,
Fúsi, de Dagur Kári. Obras muy
valiosas, dotadas de un fuerte hálito humanista, una presencia determinante de
la naturaleza, unos personajes certeramente diseñados y, en definitiva, unas
imágenes sencillas pero de gran poder de comunicación emocional.
"Rams: El valle de los carneros", de Grímur Hákonarson, Espiga de Oro
¿Casualidad en estos triunfos? Quizá no tanta, sobre todo si
se considera la importancia que el Estado islandés otorga a sus manifestaciones
culturales. Tras el “crack” económico de 2008, del que Islandia salió con serie
de medidas muy diferentes, e incluso opuestas, a las que se han aplicado en
otros países europeos, se decidió no rebajar las aportaciones a las diversas
artes, el cine entre ellas, al considerarse acertadamente que esos recortes
irían contra el conjunto de la población, que no tenía por qué pagar los previos
desmanes bancarios. Gracias a ello, todas las expresiones culturales han ido
ganando terreno y se sienten apoyadas por los distintos Gobiernos de turno.
Nada sucede por azar y si el cine islandés triunfa en los festivales, además de
por el talento de sus autores, también se debe a esa decidida actitud de los
poderes públicos. Todo un ejemplo.
(Publicado en "Turia" de Valencia, noviembre de 2015).
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