A la hora del Ángelus


Juan Antonio Pérez Millán

Detesto escribir necrológicas, y solo lo he hecho en ocasiones muy excepcionales, cuando me parecía de estricta justicia trazar un recuerdo de la persona desaparecida y yo podía aportar algo personal sobre ella. Hoy lo hago en homenaje a Juan Antonio Pérez Millán, que falleció el pasado viernes 5 de mayo con tan solo 68 años, cuando estaba disfrutando de los primeros tiempos de su jubilación, quebrados por una breve enfermedad que nunca creímos que fuera a acabar con él.

Su actividad de carácter cultural fue de primera magnitud: director de Filmoteca Española en la etapa de Pilar Miró, creador y responsable durante más de veinte años de la Filmoteca Regional de Salamanca, impulsor de la Capitalidad Europea de la Cultura cuando esta ciudad fue así designada en 2002, autor de libros sobre Nikita Mihalkov, Basilio Martín Patino, Jerzy Kawalerowicz, Pasqualino de Santis o la propia Pilar Miró, así como de innumerables artículos periodísticos, integrante del equipo de Dirección de la Semana de Cine de Valladolid desde 1989 a 2004, donde se encargaba especialmente de sus ediciones impresas y del diario “Seminci”… El talento y la sabiduría de Pérez Millán se extendían por diversos ámbitos, aunque con el cine como columna vertebral de sus actividades, pasión a la que unía las de carácter literario y fotográfico (por iniciativa suya, la Filmoteca Regional conserva la mejor colección de imágenes de Castilla y León). Era un trabajador infatigable, volcado en cuanto emprendía y en su familia, su mujer, Lola, y su hijo, Ernesto, a quienes unía una amplísima nómina de amistades, entre las que quiero citar a Maite Conesa, su principal colaboradora en la cinemateca salmantina y su sucesora al frente de ella.

Me enorgullece haber formado parte muy directa, y durante muchísimo tiempo, de esas amistades. Fue un privilegio especial estar junto a él en esos quince años en el Festival de Valladolid, al que aplicaba sus periodos de vacaciones en la Filmoteca Regional, pero no ya solo por su impagable labor sino porque su ingenio y su sentido del humor le convirtieron en la persona imprescindible para la relación fluida que todo equipo precisa. Cuando las cosas venían mal dadas, siempre estaba Juan Antonio para dar salida a la situación con un análisis oportuno que la relativizaba y ofrecía la solución adecuada. Si el mundo acaba dividiéndose entre aquellos que facilitan la vida y quienes la dificultan, él pertenecía sin duda a los primeros.


Con Pérez Millán se va una parte fundamental de cuantos tuvimos la fortuna de sentirnos a su lado. Y yo ya no tendré a nadie que me llame cada sábado a las 12 del mediodía (“a la hora del Ángelus”, decía él, sin la menor connotación religiosa) para contarnos nuestras cosas… Sí, lo reconozco, esta es una necrológica que jamás habría querido escribir.

(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2017).

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