Josefina Molina, durante la lectura de su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes
Parecen dos conceptos antagónicos, contradictorios, misoginia
y feminismo, los que Josefina Molina ha aplicado al cine de Berlanga en su
reciente discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Y
sin embargo no lo son, según su original y brillante exposición, con la que por
primera vez una directora de cine entraba en esa institución. Hasta ahora eran
solo hombres (el propio Berlanga, Borau, Gutiérrez Aragón, Gubern) los elegidos
para ella dentro de su área audiovisual, por lo que –una vez más– la autora de Función de noche rompe moldes en este dominio.
Que Berlanga fuese misógino no resulta ninguna novedad, y ahí
están la mayoría de sus películas para comprobarlo. La gran aportación del
enfoque de Josefina Molina consiste en demostrar fehacientemente que ello se
debía, en primer término, a que consideraba a la mujer como un ser con una
especial capacidad de supervivencia, que la hacía casi “indestructible” frente
a los hombres. Y, sobre todo, porque lo que reflejaba en sus imágenes era un
tipo femenino nacido del nacional-catolicismo, de las tradiciones más
regresivas de nuestra sociedad durante amplios periodos, y particularmente en el
franquismo. Situarnos ante el espejo de esas mujeres, comprobar cómo se
configuraban y actuaban, seguir su trayectoria vital, implica una suerte de acerada
crítica sobre ellas, de cuanto suponía su conducta. Lo que conduce a una visión
plenamente feminista de que otro opuesto “modelo de mujer” era imprescindible
y, por tanto, de que las relaciones entre ambos sexos debían variar de forma
radical a partir de ese surgimiento.
Contemplar El verdugo,
La boutique, ¡Vivan los novios! o, de manera muy intensa, Tamaño natural desde esa perspectiva es lo que propone Josefina
Molina, y ello aporta un notable enriquecimiento en la comprensión de la obra
berlanguiana (término que, por cierto, otra Real Academia, la de la Lengua, se
resiste a aceptar). El reflejo de una injusta sociedad patriarcal se convierte
así en parte fundamental de su cine, porque pone en evidencia el juego de roles
dominante. De ahí que la nueva académica defienda que Berlanga “parece haber querido señalar que el camino
del pasado, de la imposición, de la ignorancia, de la sumisión y la anulación
de la parte viva de las mujeres es un
camino de perdición que no arreglará la soledad del ser-humano-hombre y
aumentará la del ser-humano-mujer”.
No tiene desperdicio este “Misoginia y feminismo en el cine
de Berlanga” que Josefina Molina ha elaborado con evidente acierto. En cuanto
tengan ocasión, procuren leerlo. Es fácil en la página “web” de la Academia de
Bellas Artes (rabasf.com), donde, dentro del apartado de Discursos de ingreso, encontrarán
el texto, aderezado con unos imaginativos dibujos de José Luis Cuerda. Vale
mucho la pena, como también resulta muy sugerente la respuesta a él que pronunció Manuel Gutiérrez Aragón.
(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2017).
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