Es el amarillo el color que domina este año en Cannes. Sobre
todo, a causa del cartel de la 69 edición, cuyo fondo es de ese color, mientras
la imagen viene compuesta a partir de varias de Le mépris, la famosa película de Godard. Y el amarillo surge por
todas partes, como si el primer Festival del mundo no tuviera miedo a la vieja
superstición entre los artistas de que tal color trae mala suerte. Quizá se
atreve porque apenas le falta nada, porque se sabe absoluto dominador en el
panorama de los certámenes.
Y eso que una parte de la prensa francesa le empieza a poner
en cuestión. “Pará que sirve el Festival”,
titulaba casi provocadoramente “Libération” el día inaugural. Las críticas
proceden especialmente de un cierto carácter repetitivo en el programa de la
Sección Oficial, como ya comenté en un “Tema de Lara” de hace unas semanas.
Siempre los mismos nombres –se dice–, siempre se juega sobre seguro, apenas hay
sorpresas. De hecho, de las 1867 películas que asegura haber visionado el
Comité de Selección, no hay ninguna “opera prima” en la competición principal,
apenas cine latinoamericano o asiático y nada del africano. Domina claramente
el europeo, con 13 de los 21 films que buscan la Palma de Oro, con la
inevitable masiva presencia de producciones o coproducciones francesas.
Pero de lo que Cannes presume, en esta ocasión más que nunca,
es de ser un “Festival All Stars”,
tal es la cantidad de celebridades que pasearán por su alfombra roja. Es este
otro motivo de crítica, ya que muchos se preguntan si la elección de
determinadas películas no viene dada más por el relieve de sus “estrellas” que
por su calidad cinematográfica. Incluso se celebra como un gran triunfo que
Julia Roberts, que nunca había pasado por La Croisette, en esta ocasión lo haga
como coprotagonista, junto a George Clooney, de Money Monster, de la ahora más directora que actriz Jodie Foster.
De paso, y junto a las figuras norteamericanas, el cine galo promociona su
propio “star system”, con frecuentes apariciones sobre las pantallas de
Juliette Binoche, Isabelle Huppert o Marion Cotillard, sin olvidar a los
“eternos” Catherine Deneuve y Gérard Depardieu.
Woody Allen, dirigiendo a Jesse Eisenberg y Kristen Stewart en el rodaje de "Café Society"
Pero todo se olvida cuando uno se sienta en una sala y
contempla, por ejemplo, en la sesión inaugural la última obra de Woody Allen, Café Society, excelente continuación de
la larguísima trayectoria de un cineasta que ya ha cumplido los 80 años. En Turia siempre se ha admirado su
filmografía, con Antonio Lloréns a la cabeza de su “club de fans”; y seguro que
esta triste comedia romántica no les va a decepcionar. Se encuentran en ella
las características más queridas y reconocibles de su autor: la recreación de determinados
ambientes, como el Hollywood y el Nueva York de la década de los 30, el humor
judío centrado en la familia del personaje principal (Jesse Eisenberg), la
fascinación hacia una mujer (Kristen Stewart) y, muy especialmente, ese placer
de hacer cine que se transmite a los espectadores.
Apenas ha demarrado Cannes cuando escribo esta crónica. Pero
ya se perciben algunas tendencias dominantes, donde el núcleo familiar y la
aparición de lo irracional o lo fantástico parece que van a ser constantes. Lo
veremos en las diversas secciones del Festival, porque aparte de la Oficial, verdadero
“escaparate” del certamen y donde hay también películas fuera de concurso o en
sesiones especiales, coexisten con ella otros apartados muy significativos, e
imposibles de abarcar en su totalidad, caso de Un Certain Regard, la Quincena
de Realizadores, la Semana de la Crítica… Como un Espíritu Santo multiplicado,
Cannes es uno y son muchos a la vez.
(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2016).
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