Tras la proyección de las 8’30 de la mañana con
‘Bachillerato’, de Cristian Mungiu, que dura más de dos horas, hay que salir a
toda prisa, sin solución de continuidad, para poder entrar a ver el documental
de 108 minutos de Jim Jarmusch ‘Gimme Danger’ sobre Iggy Pop y, sin solución de
continuidad, apresurarse de nuevo por ‘La mort de Louis XIV’, a cuyo
fallecimiento Albert Serra ha dedicado 1 hora y 45 minutos. Sin solución de
continuidad quiere decir que no hay tiempo para el café, el pitillo o ir al
servicio, a riesgo de que si les dedicas algunos minutos, te quedes en la
puerta de la sala… Es solo un ejemplo de cómo vivimos Cannes los periodistas;
por eso nos hace tanta gracia cuando alguien nos dice que “¡cómo lo estaremos
pasando, de fiesta en fiesta todo el tiempo, disfrutando de la buena vida!”.
"Bachillerato", de Cristian Mungiu
No, no somos ningunos mártires ni tenemos absolutamente nada
de qué quejarnos. Pero la verdad es que a veces se hace un poco duro, sobre
todo cuando las películas no te hacen olvidar ese ritmo tan frenético. No ha
sucedido con la citada ‘Bachillerato’, pese a que había la esperanza de que el
rumano Cristian Mungiu recuperase la gran inspiración que demostrase en aquella
‘4 meses, 3 semanas, 2 días’ que obtuvo la Palma de Oro en 2007 y que en la
posterior ‘Más allá de las colinas’ ya le había escaseado. Hay en la película
un loable intento de hacer una radiografía de la actual sociedad de su país,
infiltrada –al igual que en tantos otros, empezando por el nuestro– por la
corrupción, el apaño, las influencias y un clima moral degradado. De todo ello
trata de librarle a su hija un médico de mediana edad, con esposa y amante
perfectamente instaladas, que está obsesionado con que la muchacha vaya a
estudiar a Inglaterra. Pero para ello necesita pasar a la primera la prueba del
bachillerato, en lo que pone su máximo empeño con métodos más o menos honestos.
A base de largos planos muy dialogados y pese a su notable fotografía y a esos
excelentes intérpretes que ya parecen consustanciales al cine rumano, el film
de Mungiu suena a “fórmula”, a una manera de narrar que se ha fosilizado un
tanto en sí misma y no se arriesga creativamente, prefiriendo ir sobre seguro.
También tiene su “fórmula”, muy distinta, el canadiense
francófono Xavier Dolan, el “niño bonito” (cuenta con tan solo 27 años) del
cine mundial, cuyo ya sexto largometraje, ‘Juste la fin du monde’, ha sido
probablemente el film que mayor expectación ha despertado en Cannes. El regreso
de un joven “gay” cercano a la muerte, para reencontrarse con una familia a la
que no ve desde hace doce años, provoca una catarata de reacciones por parte de
su madre y sus hermanos. Que Dolan expresa a su manera: en incesantes primeros
planos, con diálogos gritados más que dichos y un tono general donde domina el
histrionismo; también, es cierto, con un excelente uso de la música de Gabriel
Yared. La procedencia teatral de ‘Juste la fin du monde’, un texto de Jean-Luc
Lagarce muy deudor de la época en que el sida hacía estragos y que se halla
incluido en diversos niveles de lectura de la enseñanza francesa, resulta
patente en la película, lastrando la personalidad y mayor libertad formal que
Dolan había mostrado en títulos anteriores como ‘Mommy’ o ‘Laurence Anyways”.
"La mort de Louis XIV", de Albert Serra
Otro “niño mimado” por los Festivales, el catalán Albert
Serra, ha presentado en una de las llamadas “Sesiones especiales” de la Sección
Oficial ‘La mort de Louis XIV’, con la que concluye la participación española
en el terreno del largometraje (faltan por llegar los cortos ‘TimeCode’, de
Juanjo Giménez Peña, a concurso, y ‘Decorado’, de Alberto Vázquez, en la
Quincena de Realizadores). Respecto al film de Serra, cabe preguntarse si hacía
falta hacerlo, si tiene suficiente sentido e interés centrarse tanto en las
últimas horas del monarca galo. Si la respuesta a ello es afirmativa, hay que
concluir que el resultado es convincente, que –lejos, por fortuna, de trabajos
previos como ‘Honor de cavallería’ y ‘El Cant des Ocells’– Serra ha logrado
aquí su mejor obra. Cuidada al extremo en su reconstrucción de la agonía del
Rey Sol, rodeado por médicos y otros miembros de la Corte, ‘La mort…’ puede aburrir
a muchos espectadores por su lentitud y su detallismo, pero merece consideración.
Aunque solo sea por ver a un irreconocible Jean-Pierre Léaud, aquel Antoine
Doinel de las películas de Truffaut y a quien Cannes concede este año su Palma
de Oro de Honor, ofreciendo una elogiable interpretación pese a no moverse de
su cama mortuoria.
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 20 de mayo de 2016).
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