Más allá de la calidad concreta de las múltiples obras que en
él se ofrecen, el Festival de Cannes sirve cada año para auscultar por dónde va
el mundo del cine. En este sentido, hay un par de cosas o tres que merece la pena
resaltar tras la 70 edición del certamen:
Ante todo, la lucha que se avecina –o que está ya– entre las
diversas formas de mostrar y recibir las películas. La larga discusión sobre los
dos títulos que presentaba Netflix en la Sección Oficial ha valido como punta
de lanza de un debate fundamental. ¿Debe privilegiarse a las salas o el signo
de los tiempos hace que las imágenes “se consuman” básicamente en soportes
domésticos o individuales? Almodóvar y otros muchos profesionales se han
pronunciado en público por lo primero, aludiendo a la inigualable sensación de
verlas en pantalla grande, con la proyección y el sonido adecuados, además de
la experiencia que supone participar en un acto comunitario. Otros, más
pertenecientes al mundo de la industria, argumentan que esa postura no busca
sino poner puertas al mar y que la revolución digital ha llegado para quedarse
en los sectores de la producción, la distribución y la exhibición. Aunque
también los hay más “equilibrados”, que piensan que ambos caminos de difusión
no resultan excluyentes y que pueden convivir las salas con las plataformas de
internet sin antagonismos insuperables. La polémica está servida y de cómo se
resuelva va a depender en gran medida el futuro de la cinematografía mundial.
Ruben Östlund, ganador de la Palma de Oro con "The Square"
Otra constatación importante que nos ha dejado Cannes es que
se está produciendo un cierto relevo generacional entre los cineastas. Frente a
una edición como la del pasado año, en que uno de los realizadores más
veteranos en ejercicio, Ken Loach, ganó la Palma de Oro con Yo, Daniel Blake, en esta ocasión los
privilegiados por el Palmarés son en su mayoría directores nacidos en la década
de los 70. De hecho, los de mayor edad como Michael Haneke (de 1942) o Jacques
Doillon (de 1944) fueron ignorados a la hora del reparto de premios. Lo que
ello suponga cara al desarrollo del “cine de autor” está por ver, aunque el
panorama general recién mostrado por Cannes no invita precisamente al
optimismo.
Nicole Kidman, en la multicoproducción "El asesinato del ciervo sagrado"
Quizá porque –tercera consideración– ese “cine de autor” cada
vez está más sujeto a condicionamientos económicos que se han convertido en una
auténtica superestructura. No resulta extraño ver una coproducción
sueco-eslovena-franco-neozelandesa, por ejemplo, con lo que eso supone de
control por parte de múltiples comisiones que tienen que aprobar el proyecto,
ya sea con dinero público o de las televisiones. Hasta qué punto ello no les está
coartando a los cineastas la posibilidad de expresarse en libertad, es otro asunto
que merece la máxima atención.
(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2017).
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