Se esperaba con mucho interés lo que un cineasta como Mike
Leigh, tan apegado al realismo más inmediato y a las técnicas de improvisación
con sus habituales actores, habría hecho con la biografía (la primera de toda
su carrera) de un famoso pintor como el británico J.M.W. Turner. La respuesta
es ‘Mr. Turner’, un ambicioso proyecto cuyas características de producción
resume el propio Leigh: “La película ha
costado 10,3 millones de euros; la investigación y la preparación han durado
más de tres años; los ensayos, 24 semanas; el rodaje, 16, y la posproducción,
20. El problema consistía en realizar una reconstrucción histórica adecuada en
el plano visual con un presupuesto insuficiente”. Quizá “insuficiente”,
pero que para sí querrían muchos realizadores europeos y, en concreto,
españoles.
Evocar los últimos veinticinco años de la vida de Turner, el pintor de los suaves amaneceres y puestas de sol, de los naufragios y el mar rebelde, le ha llevado a Leigh dos horas y media. Son demasiadas para un film que necesitaría de un montaje más selectivo que eliminase unos veinte minutos. Ya sé que esta impresión se tiene a menudo en los festivales, porque la acumulación de imágenes acaba pesando sobre el espectador. Pero no es este el caso, porque acabamos de empezar el certamen y, de hecho, ‘Mr. Turner’ llega como el primer título de la Competición Oficial.
Timothy Spall, en el papel de J.M.W. Turner
Evocar los últimos veinticinco años de la vida de Turner, el pintor de los suaves amaneceres y puestas de sol, de los naufragios y el mar rebelde, le ha llevado a Leigh dos horas y media. Son demasiadas para un film que necesitaría de un montaje más selectivo que eliminase unos veinte minutos. Ya sé que esta impresión se tiene a menudo en los festivales, porque la acumulación de imágenes acaba pesando sobre el espectador. Pero no es este el caso, porque acabamos de empezar el certamen y, de hecho, ‘Mr. Turner’ llega como el primer título de la Competición Oficial.
Dejando aparte tal exceso de metraje, la película revela el
interés de Leigh por llevar el agua a su molino; es decir, por aplicar a un
relato del siglo XIX el mismo estilo de sus crónicas contemporáneas, tipo
‘Secretos y mentiras’ o ‘Another Year’. No hay en el film nada de heroico o
extraordinario en la trayectoria de Turner: todo lo contrario, lo muestra como
una persona desabrida, bastante elemental y primitiva en su comportamiento
cotidiano, que expresa a menudo con gruñidos guturales. Pero, eso sí, con una
capacidad especial para mirar la naturaleza y, de manera específica, los
paisajes marinos en su fluctuante relación con la luz, lo que Leigh refleja con
belleza. De hecho, las últimas palabras del agreste pintor antes de morir serán
“¡El sol es Dios!”, rindiendo así
tributo a lo que había caracterizado su obra. Que, poco antes, se había negado
a vender en su totalidad a un comprador privado, manteniendo que ese legado
artístico sería para el Estado con el fin de que lo pusiera, gratis, a
disposición del pueblo. Postura en beneficio de lo público que, casi dos siglos
después, ha sido saludada con aplausos por el auditorio del Gran Teatro
Lumière, principal sala del Festival.
Por el contrario, y pese a la actualidad de los
acontecimientos, poca expectación ha despertado el
documental ‘Agua plateada. Autorretrato sirio’, de Ossama Mohammed y Wiam Simav
Bedirxan, compuesto por a menudo tremendas imágenes sobre el conflicto de Siria
recogidas de You Tube o filmadas por aficionados. Pero esa fuerza de testimonio
visual queda casi anulada por un texto que juega a la “autoría” complaciente, a
una fastidiosa línea que va entre ‘Hiroshima mon amour’, el lirismo y la
pedantería. Plantearse gravemente, en medio de tanta sangre y tortura, cosas como
“¿qué es el cine?”, tiene delito…
¡Cuánto daño han hecho los teóricos y críticos franceses sobre lo que debe ser
un documental!
Afortunadamente, no juega a eso ‘Tombuctú’, de Abderrahmane
Sissako, única película africana a concurso. La toma de la ciudad por un grupo
yihadista provoca el sometimiento a un extremismo religioso, que exige que las
mujeres oculten también sus manos y sus tobillos o que se prohíba incluso
cualquier tipo de música o de deporte y el consumo de tabaco. Parece que este
año Cannes nos va a poner en contacto con una serie de conflictos latentes en
nuestro mundo: ‘Tombuctú’ lo hace no solo desde la denuncia de la intolerancia,
sino también del cuidado de la imagen, como muestra –por ejemplo– un partido de
fútbol jugado por niños sin balón o la visión panorámica de una pelea mortal en
un río. Y ante situaciones como las aquí descritas, siempre me hago la misma
pregunta: ¿quiénes venden o dan armas a estas brigadas fanáticas; quiénes les
sustentan económicamente para que sigan actuando con tanta impunidad?
(Publicado por "El Norte de Castilla" de Valladolid, 16 de mayo de 2014).
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