Por primera vez en Cannes, el tiempo de espera para ver una
película ha superado la duración de la misma: poder acceder al único pase
oficial de ‘Adieu au langage’, Prensa incluida, ha supuesto estar hora y media
antes de la proyección, la mitad haciendo cola en la calle y la otra mitad ya
sentados en la sala con el fin de asistir a los solo 70 minutos que dura la
última película de Jean-Luc Godard, ¡en 3D!… No ha sido algo inopinado, sino
perfectamente buscado desde la organización, como lo reconocía su máximo
responsable, Thierry Frémaux: “No hemos
programado más que una sesión de ‘Adieu au langage’, por lo que esperamos que
haya mucho follón. Pero es voluntario para que se convierta en LA sesión del
Festival. Claro, que no todo el mundo podrá entrar en la sala”. El que
desde luego no ha entrado es el propio Godard, quien ya aseguró hace unos días
que “en ningún caso” vendría a
Cannes. Debe de recordar todavía cuando, en cierta ocasión, un periodista le
tiró a la cara una tarta de crema...
Desde hace mucho tiempo, el mundo del cine se divide en
“godardianos” y “antigodardianos”. Para los primeros, es el paladín de la
innovación y la experimentación; para los segundos, un autor que no hace sino
repetir sus fastidiosas películas, llenas de citas pedantes, y que se agotó
cuando lo hizo la Nouvelle Vague, a finales de la década de los sesenta. Aunque
particularmente me siento más cercano del segundo grupo, no deja de asombrarme
la capacidad de reclamo que sigue conservando el cineasta suizo, ya con 83 años
a sus espaldas. El repleto hasta la bandera pase de ‘Adieu au langage’ así lo
demuestra, lo mismo que una acogida entusiasta por parte de quienes habría que
indagar qué es lo que han entendido del film. Porque la cosa no es fácil
precisamente.
"Adieu au langage", de Jean-Luc Godard
Quizá el malentendido estribe en cómo se ven las películas de
Godard, que –pese a que asegure que esta última es tan sencilla como la
historia “de una mujer casada, un hombre
libre y un perro, que concluye en metáfora”– se relacionan mucho más con el
ensayo que con cualquier narrativa, más con los textos y las imágenes de
archivo a los que acude abundantemente que con un desarrollo de personajes y
situaciones. Quizá la “clave” esté en una de las numerosas frases citadas,
perteneciente a Claude Monet: “No hay que
pintar lo que se ve, ya que no se ve nada, sino pintar lo que no se ve”.
Creo, por ello, que los trabajos “godardianos” deberían contemplarse no en la
pantalla de una sala, sino acompañando a exposiciones de arte contemporáneo,
donde, de la forma en que se hace con las videocreaciones, sus peculiares
imágenes encontrarían el contexto adecuado. Seguir debatiendo a estas alturas
si Godard sí o Godard no, me parece una pérdida de tiempo y entrar en el mismo
juego con que intenta seducirnos. ‘Adieu au langage’, título bien significativo
de la, según él, imposibilidad de la comunicación, lo viene a demostrar de
nuevo.
Menos polémica ha generado ‘The Search’, de Michel Hazanavicius
(el director de la estupenda ‘The Artist’), que ha decepcionado a todo el
mundo. En un brusco giro de su carrera, se ha atrevido con el siempre difícil
género bélico para adentrarse en el conflicto de Chechenia de 1999, y
especialmente en la situación de los refugiados. Inspirado en la clásica
película de Fred Zinnemann del mismo título (llamada en España ‘Los ángeles
perdidos’ y en la que Montgomery Clift recogía a un niño que había estado
internado en un campo de concentración nazi), el film de Hazanavicius no vale
ni como denuncia de una situación opresiva ni como el melodrama que ha querido
ser y que no emociona casi en ningún momento. Estructurado en función de varias
tramas, su propósito también resulta desnaturalizado por el excesivo
protagonismo que adquieren las figuras de dos mujeres “occidentales”,
interpretadas por Bérénice Bejo y Annette Bening como expertas de la Comisión
Europea y de la Cruz Roja.
En el rodaje de "The Search", de Michel Hazanavicius
Tampoco el pabellón francés ha brillado demasiado alto con
‘L’Homme qu’on aimait trop’, de André Téchiné, presentada igualmente en la
Sección Oficial pero fuera de concurso. Constatación de que el cine de Téchiné
ha ido perdiendo personalidad con el paso del tiempo, en esta última película
–basada en un caso real– solo reconocemos como algo suyo ese interés por un
personaje que acaba siendo víctima propicia de su entorno.
(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 22 de mayo de 2014).
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