Según un reciente informe de la AIMC (Asociación para la
Investigación de Medios de Comunicación), más de un tercio de los ciudadanos
españoles no disponen de salas de cine en su localidad. La inmensa mayoría, en
núcleos poblacionales inferiores a los 50.000 habitantes, pero también en la
periferia de grandes ciudades –las llamadas “ciudades dormitorio”– como
Móstoles, Parla o Santa Coloma de Gramanet, que superan ampliamente esa cifra,
o en municipios del relieve de Avilés o Algeciras. Son, en definitiva, 17 millones
y medio de españoles los que no cuentan con un cine a su alrededor.
El declive queda patente en la proporción entre pantallas y
habitantes: si en 2004 había algo más de cien por cada millón, ahora la cifra
se reduce a 75’5, con unos trece mil vecinos por pantalla. Debe resaltarse que
la Comunidad Valenciana se halla por encima de esa media, con 88’6 pantallas
por millón de habitantes, únicamente superada por La Rioja y Navarra y por
encima de Cataluña o Madrid. En todos los lugares, la mayoría de ellas
pertenecen a las multisalas de los centros comerciales, puesto que con una
pantalla solo quedan 303 de los 697 locales de exhibición existentes. Teniendo
en cuenta lo que los cines significan, no ya de ocio y diversión, sino de
cultura y convivencia, estos datos todavía son más preocupantes si se considera
que la versión original subtitulada apenas reúne al 1% de espectadores, que
residen en las principales capitales, con el 99% adicto al doblaje y, en notoria
mayoría, consumidor de las superproducciones de Hollywood, repetidas sin cesar
en una y otra cartelera de aquellos centros.
Así las cosas, se me ocurren dos reflexiones: la primera y fundamental,
que hay que ayudar urgentemente a las salas, protagonistas además, con la
distribución, de una costosa renovación tecnológica desde la llegada del
digital. Una ayuda que ha de provenir de las Comunidades Autónomas, porque –aunque
tantas veces se ignore– las competencias sobre el sector de la exhibición están
transferidas a ellas, no pertenecen al Estado. Y un apoyo que debería
concentrarse de forma muy especial en los cines de V.O., lo que en otros países
se conoce como la red de Arte y Ensayo. Su supervivencia en medio de tal situación
resulta heroica y los poderes públicos deberían reconocerlo y ayudarlos mediante
un generoso sistema de subvenciones.
La segunda reflexión tiene que ver con la rápida expansión de
las plataformas digitales en nuestro país, con Netflix triplicando en un año su
número de abonados, que llega a 1’46 millones en un corto periodo de tiempo,
mientras Movistar continúa detentando el liderazgo con 2’16 millones de
suscriptores. Parece inevitable que si el ciudadano no dispone de una sala en
su entorno, saciará su sed de cine contemplándolo en el sofá de su casa. Ya es el
único recurso para casi 18 millones de españoles.
(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2018).
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