Seleccionado nada menos que siete veces para la Competición
Oficial de Cannes, Paolo Sorrentino presenta esta vez ‘Parthenope’, que ante
todo pretende ser un canto a su ciudad natal de Nápoles. Y lo hace a su manera,
en breves episodios que van conformando la película, unidos por la presencia
del personaje que lleva el título del film. Si recuerdan, ya utilizó este mismo
recurso en su mejor obra, ‘La grande bellezza’, con la que esta última conserva
claro parentesco en sus mejores momentos. Donde siempre aparece la joven actriz
Celeste Dalla Porta, ante la que se siente visiblemente fascinado y que
recuerda –sobre todo en su sonrisa– a Aitana Sánchez-Gijón.
El problema con Sorrentino es que se gusta demasiado a sí
mismo, que es capaz de cualquier cosa para componer un plano bonito, lo que no
es precisamente sinónimo de bello, sino la mayoría de las veces lo contrario.
Encuadres forzados, ralentís frecuentes, luminosidad llamativa, son elementos
con los que él juega de manera continua. Pero belleza había en las imágenes de
un Visconti o un Fellini, de quien Sorrentino desearía ser heredero directo,
pero no en lo relamido y rebuscado de lo bonito, que es el principal lastre,
una vez más, de esta ‘Parthenope’. Claro que hay momentos espléndidos,
situaciones de gran atractivo, aunque siempre discontinuas, solo enlazadas por la
citada protagonista, sobre la que gravita el suicidio de un ser querido. El día
en que Sorrentino deje de creerse un genio, el cine habrá ganado un director de
primera fila.
No de esa personalidad disfruta ‘Marcello mio’, de Christophe
Honoré, también en Competición Oficial, cuya originalidad se limita a una única
idea: que, en el Centenario del nacimiento del gran Marcello Mastroianni, sea
su hija Chiara Mastroianni (que tuvo con Catherine Deneuve) quien se empeñe en
encarnar al actor, con el que guarda indudable parecido. Tal obsesión, que
alude al condicionamiento de la filiación y a la representación de un
determinado papel público, no da para mucho más que introducir en esa propuesta
a una serie de nombres conocidos del cine francés, en concreto a la propia Deneuve,
Fabrice Luchini o Nicole Garcia.
Al menos se trata del homenaje que se rinde a una figura básica, todo lo contrario de cómo quedan reflejados en ‘Maria’, biografía de la actriz Maria Schneider, tanto Bernardo Bertolucci como Marlon Brando, a quienes se hace claramente responsables de la violación de la joven actriz en la famosa escena de la sodomización de ‘El último tango en París’. Hecho nunca demostrado fehacientemente y negado por ambos (aquí Bertolucci posee los rasgos de un “latin lover” y Matt Dillon remeda a Brando), sin embargo se da por incontestable en este mediocre film de Jessica Palud, que ha tenido el error de incluir la sección paralela Cannes Première.
Y aunque no se lo crean, nos hemos reído en el Festival
gracias a una comedia agridulce de Sean Baker, ‘Anora’, quien se diese a
conocer aquí en la entonces Quincena de Realizadores (ahora, de Cineastas) con ‘The
Florida Project’. La relación entre una “trabajadora sexual” y el riquísimo
hijo de un potentado ruso que posee una gran mansión en Nueva York, da origen a
un desarrollo posterior que –¡lástima!– no conserva ni la frescura ni el
frenético ritmo de su tramo inicial. Donde se demuestra que mantener viva una
comedia supone un esfuerzo creativo solo al alcance de los más grandes.
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