Reunir en una misma jornada a Víctor Erice y Aki Kaurismäki
es uno de esos privilegios que, pese a sus múltiples y crecientes
incomodidades, solo este Festival puede permitirse. El regreso a la gran
pantalla del autor de ‘El espíritu de la colmena’ treinta y un años después de
‘El sol del membrillo’ y una nueva muestra de la personalidad tan imitada pero
inimitable del gran cineasta finlandés han coincidido; en el caso del español
con ‘Cerrar los ojos’ dentro de la sección no competitiva Cannes Première y en el
de su colega con ‘Las hojas muertas’ dentro del concurso oficial. Tanto da,
porque lo fundamental es que hemos asistido a dos muestras del mejor cine.
Es como si en un film centrado en la vejez y en la muerte, su
autor hubiese querido no solo contar una determinada historia, sino resumir, a
sus casi 83 años, lo que ha sido y no ha sido su carrera. Con su reflexión
sobre el poder revelador o enmascarador del cine, ‘Cerrar los ojos’ cuenta con
una espléndida interpretación de Manolo Solo en el papel del director jubilado
y con la intensidad de José Coronado en su parte final. Donde se concreta esa
frase pronunciada por el médico que encarna Juan Margallo (precisamente quien
fuese el guerrillero oculto de ‘El espíritu de la colmena’) en el sentido de
que el ser humano no solo es memoria, sino también sentimiento y pasión, como los
que se traslucen de las imágenes de Erice, que no ha venido a Cannes, al
parecer decepcionado por no estar en la Sección Oficial.
Porque si en ‘Cerrar los ojos’ hay referencias cinéfilas,
muchas más todavía en este caso, jugando con carteles de ‘Breve encuentro’ o
‘Rocco y sus hermanos’ o con divertidas alusiones a Bresson y Godard, entre
tantos otros. El peculiar mundo de Kaurismäki, ese estilo calmo que se mueve
entre el humor de Jacques Tati y las miniaturas orientales, acaba por imponerse
una vez más; ya no nos sorprende pero nos sentimos de nuevo plenamente felices
de encontrarnos con él.
Si el cineasta finlandés resulta tan cálido como el hielo que
acaba quemando, no hay que confundirlo con la frialdad típicamente austriaca
que destila ‘Club Zero’, de Jessica Hausner. El relato de una profesora de
dietética que convence a un pequeño grupo de alumnos de un colegio de élite
para que cada vez coman menos y solo de viandas muy selectivas, acaba
convirtiéndose en una especie de parábola sobre las sectas y el fanatismo. Aunque
la realizadora parece acabar apostando por un mundo espiritual donde cuatro
adolescentes y su guía transitan felices por un paisaje cuya belleza
crepuscular solo puede pertenecer al soñado Paraíso…
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 23 de mayo de 2023).
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