Que casi cuatrocientos años después de la publicación de ‘Macbeth’,
en 1623, siga atrayendo a autores de diversas disciplinas, demuestra hasta qué
punto continúa estando viva la obra teatral de Shakespeare. Más de cien
adaptaciones al cine parece que se han realizado de ella, algunas tan conocidas
como las de Orson Welles en 1948, Kurosawa en 1957 (bajo el título de ‘El trono
de sangre’ y ambientada en Japón) o Polanski en 1971. La última acaba de
presentarse en Cannes como cierre de la Sección Oficial, dirigida por el
australiano Justin Kurzel –de quien es solo el segundo largometraje– y
protagonizada por Michael Fassbender y Marion Cotillard, en un papel pensado
inicialmente para Natalie Portman.
"Macbeth", de Justin Kurzel
El resultado es una buena versión de ‘Macbeth’, básicamente
fiel al texto original, aunque se hayan introducido violentas escenas de
batallas o eliminado varios personajes y los elementos mágicos detentados por
las “tres brujas” que anuncian a Macbeth su destino. También el personaje de su
ambiciosa esposa no es tan tremendo como se le suele representar, sino más
problemático y realista porque, en definitiva, más realista es la propuesta
global, aunque su estruendoso diseño sonoro lo contradiga. Rechazado el film en
su conjunto por buena parte de los críticos ingleses, que no soportan el acento
presuntamente escocés (Macbeth fue rey de Escocia entre 1040 y 1057) de la
mayoría de los actores, y en concreto los de Fassbender y Cotillard, los hay
también amantes de la moda, que solo lo entienden como “una aproximación a ‘Juego de tronos’”. Así se escribe la Historia,
querido Shakespeare.
"El pequeño príncipe", de Mark Osborne
Otro clásico, de muy distinto signo, se trasladaba también a
la pantalla del Palacio: ‘El pequeño príncipe’, el libro de Antoine de
Saint-Exupéry, por el que no pasan los años ni las generaciones. En este caso,
no se trata de una verdadera adaptación, sino de introducir el contenido
original en un relato más amplio: el de una niña muy controlada por su
concienzuda madre que despierta a la fantasía y la imaginación gracias a su
vecindad con un viejo aviador, que es quien realmente le pone en contacto con
la existencia del Principito. Tratándose de una película de animación, su
director Mark Osborne (que hizo ‘Kung-Fu Panda’) ha querido diferenciar las dos
historias técnica y estilísticamente, con animación por ordenador para el
relato de la niña y de manera artesanal fotograma a fotograma, lo que llaman
“stop motion”, para el que crease Saint-Exupéry. Si desigual es el principio
que ha inspirado la película, quizá no podía ser de otra manera el resultado, al
mostrarse muy deudor de las convenciones habituales del género en la narración
global, y falto de poesía e imaginación en el del planeta donde “lo esencial solo se ve bien con el corazón,
no con los ojos”. Algunas brillantes y divertidas secuencias salvan el
empeño.
Esto se termina. Con una segunda parte del Festival que ha
desmerecido mucho de la excelente primera. Todo el mundo se entrega ahora al
juego de las quinielas sobre el palmarés, en el que un rumor creciente sitúa en
primer término a ‘Youth’. Pero otras películas entran en liza con fuerza y, en
mi opinión, mayor valía que la de Paolo Sorrentino: ‘Mia madre’, de Nanni
Moretti (aunque ya ganó la Palma de Oro con ‘La habitación del hijo’); ‘Carol’,
de Todd Haynes; la húngara ‘El hijo de Saúl’, de László Nemes, la verdadera
revelación de esta 68 edición; ‘La ley del mercado’, de Stéphane Brizé, sobre
todo por la interpretación de Vincent Lindon; ‘Nuestra hermana pequeña’, de
Hirokazu Kore-eda, o –para los más versados en la China medieval– ‘La asesina’,
de Hou Hsiao-Hsien.
Se sabrá mañana por la noche, cuando en España cierren los
colegios electorales, y antes de que aquí se proyecte ‘La glace et le ciel’
(‘El hielo y el cielo’), el primer documental que alberga la Clausura Oficial en
la historia del certamen y que recoge las investigaciones
del científico francés Claude Lorius en sus expediciones a la Antártida. Pero,
con los nervios de los premios, que a nadie se le ocurra tirar una colilla o
una lata de refresco al suelo, y menos orinar en la calle. El Ayuntamiento de
Cannes acaba de sacar una ordenanza que castiga estos “desmanes” nada menos que
con 180 euros de multa…
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 24 de mayo de 2015).
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