Mientras España cambiaba de Gobierno, terminaba la Eurocopa y
se propagaba la quinta ola, hasta que llegaron en su segunda mitad Drive my Car, de Ryûsuke Hamaguchi, y Tre piani, de Nanni Moretti, la
Competición Oficial de Cannes no levantaba cabeza. Tras el fiasco de Leos Carax
con su Annette, al que ya me referí
en la primera crónica, el Festival presentaba un perfil muy bajo, por más que
ciertos títulos como los franceses Tout
s’est bien passé y La fracture,
de François Ozon y Catherine Corsini respectivamente, ofreciesen aspectos
interesantes. Situados ambos en ambientes médicos, lo que viene a ser una de
las características del certamen de este año, quizá influenciado por una
pandemia que, entre controles y rumores, no cesa de estar presente en la
Croisette. También películas como la finlandesa Compartimento nº 6 o Lingui.
Los lazos secretos, que denuncia la tremenda situación legal y social de la
mujer en el Tchad, merecían consideración, pero el conjunto no remontaba el
vuelo.
Incluso con films tan lamentables como la Benedetta de Paul Verhoeven, centrada en el caso real de una monja lesbiana en la Toscana del siglo XVII (Miguel Picazo lo hizo infinitamente mejor en Extramuros al abordar un tema similar); o Julie, en 12 capítulos, donde el noruego Joachim Trier efectúa un verdadero ejercicio de manipulación trazando de manera tramposa el retrato de una mujer a la que parece dar todo el protagonismo, pero desde la mirada del machismo intelectual y moral más absoluto. Tampoco un director de moda como el israelí Nadav Lapid, con un Oso de Oro de la Berlinale a sus espaldas, superó su exhibicionismo narcisista y gritón en la denuncia del régimen de su país para La rodilla de Ahed.
Fuera de la Competición han resaltado documentales como Babi Yar. Context, en el que Sergei Loznitsa vuelve a demostrar su maestría
al tratar material de archivo, en este caso para referirse al asesinato de 33.771
judíos ucranianos por parte de las tropas alemanas en 1941. O Retour à Reims. Fragments, donde Jean-Gabriel Périot elabora una inteligente
síntesis de la lucha de la clase obrera francesa durante más de un siglo. Y en
el terreno de la ficción, merecen ser recordados dos films de la sección
paralela Un Certain Regard: Lamb, un
estupendo cuento fantástico centrado en el “peculiar” hijo de un matrimonio de
granjeros islandeses; y el austriaco La
gran libertad, con su protagonista homosexual que, por ello, pasa directamente
del campo de concentración nazi a sucesivas cárceles hasta el inicio de los
años 70.
(Publicado en "Turia" de Valencia, 16 de julio de 2021).
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