Quienes siempre habíamos venido al Festival de Cannes en su
tradicional fecha de mayo, nos cuesta habituarnos y aceptar que se esté
celebrando dos meses más tarde, en pleno julio. Temporada ya muy alta en una
ciudad de la Costa Azul, eminentemente turística aunque ahora poblada sobre
todo de visitantes nacionales. Por ello, hay mucha gente aquí para nada
vinculada por el cine, sino que está de vacaciones para descansar, divertirse y
tomarse una copa o cenar en las abundantes terrazas, cuando ya el calor
desciende. O bañarse en la playa, o mejor dicho, en las dos esquinitas que
Cannes deja para el pueblo llano, porque el resto se halla ocupado por los
hoteles, entre los que ahora está cerrado por obras uno de los más
emblemáticos, el Carlton, tan vinculado a la historia del Festival. Hay que
reconocer que una de las pocas cosas buenas que hizo el franquismo fue una Ley
de Costas que impidió este expolio privatizador de las playas.
Así que los participantes en el certamen estamos un poco
perdidos en tal mezcla de veraneantes y festivaleros, como si fuésemos
figurantes de aquella divertida sátira de Jacques Tati, ‘Las vacaciones de
Monsieur Hulot’. Desconcierto que se incrementa con los incesantes rumores
sobre el covid que aquí surgen: que si el alcalde de Cannes amenazó con cerrar
el Festival en el caso de que volvieran a celebrarse sesiones como la Gala
Inaugural, con más de dos mil asistentes sin mascarillas ni distancia de
seguridad; que si dos actrices habrían dado positivo, por lo que estaba
confinado el Jurado en el que participaba una de ellas; que no, que no eran dos
actrices, sino catorce asistentes los que tenían que estar recluidos; que el
virus empezaba a circular sin freno por la ciudad… Todos los días surgen nuevos
rumores, negados desde la organización por su secretario general, François Desrousseaux,
que solo ha aceptado que se están detectando de dos a cinco casos diarios en
los “tests” a los no vacunados.
Para “tranquilizar” los espíritus, Cannes parece haberse
deleitado este año con seleccionar películas de temas y ambientes médicos, con
especial gusto hacia el cáncer de páncreas, considerado generalmente el peor de
todos. A esa fatal atracción sanitaria, pero no con el coronavirus como
protagonista (el gran documentalista Frederick Wiseman dice que hoy se decanta
por la ficción porque no soporta filmar a la gente con mascarillas y verla de
esta manera dentro de un tiempo), ya nos hemos referido en anteriores crónicas
al comentar dos films, ‘Tout s’est bien passé’, de François Ozon, y ‘La
fracture’, de Catherine Corsini. Pero el summum ha llegado con otro título
francés en Cannes Première, ‘De son vivant’, donde Emmanuelle Bercot realiza un
verdadero ejercicio de pornografía sentimental al describir los últimos meses
de vida de un profesor de interpretación de 39 años afectado, cómo no, por un
irremediable proceso cancerígeno de tipo pancreático, a quien rodean una
insoportable madre a la que Catherine Denueve pone cara triste y muchas
lágrimas y un doctor libanés cuya terapia oncológica se mueve entre la Madre
Alegría y un manual de autoayuda de terapia musical. Sobre ‘De son vivant’,
aunque sea un poco burro, cabe decir lo peor que se puede alegar de un film similar:
que el espectador está deseando que se muera el protagonista para que acabe la
película de una vez por todas…
Me figuro que también Sean Penn estaría deseando que
finalizase la proyección de ‘Flag Day”, incluida en la Competición Oficial.
Porque hace cinco años recibió una de las acogidas más hostiles que se
recuerdan en Cannes (solo superada quizá por la de ‘The Brown Bunny’, de Vincent
Gallo, en 2003) con su film anterior como director, ‘The Last Face’, ‘Diré tu
nombre’ en España, que protagonizasen Charlize Theron y Javier Bardem. Ahora ha
sido el silencio en el pase de Prensa lo que ha acogido su trabajo, imitador de
otros cineastas, en especial Terrence Malick, pero sin su creatividad. Las
tormentosas relaciones de una hija con su padre, el famoso estafador
norteamericano John Vogel, interpretados por quienes también son padre e hija,
los Penn, buscan ser un compendio de perturbaciones familiares, pero se quedan
en catálogo de imágenes de estilo tan afectado como gratuito.
A ver si Cannes 2021 mejora en la segunda mitad de su
programación.
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 12 de julio de 2021).
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