Hay películas que se convierten en auténticos manuales de una
forma de hacer y entender el cine. A partir de ahora, cuando se analice la
manera de hacer trampas desde una pantalla, de manipulación fingida, habrá que
hablar de ‘Julie (en doce capítulos)’, del noruego Joachim Trier, presentada en
la Competición de Cannes. Todo aparenta ser un film en favor de la mujer del
título, a la que se le concede el máximo protagonismo de la trama, se refiere a
ella la voz en “off” y ocupa las dos horas de proyección de principio a fin, en
esa docena de capítulos enmarcados por un prólogo y un epílogo. Pues bien, el
auténtico resultado es todo lo contrario, con un personaje femenino sumamente
odioso, compendio de los defectos que suelen aplicar a las mujeres los esquemas
machistas más refinados y que revela hasta qué punto los fantasmas masculinos
sobre la mujer siguen vigentes.
Frente a una Julie que, pese a cuantos minutos consume de las
imágenes, no sabemos nunca muy bien lo que piensa y por qué lo pensaría, hay en
la película el típico Pigmalión, trasunto sin duda del cineasta, que le señala
lo que debe experimentar y vivir desde una superioridad intelectual y moral muy
fastidiosa. Bastante tiene Julie, al ir acercándose a los treinta años, pasar
de un amante a otro, de un trabajo a otro, movida por unos divertidos y
cambiantes sentimientos; y es que ya se sabe que con las mujeres no hay quien
pueda, sobre todo si se niegan a ser madres… O se trata de una venganza
personal porque a Trier le han ido muy mal sus relaciones femeninas, o resulta
ya raro encontrar tal forma de reflejar los mundos de la pareja en nuestros
días.
Lo hace, eso sí, con un atractivo sentido del ritmo narrativo
y cierta ligereza de comedia, salvo en la parte final, cuando ya se cierra el
círculo de la manipulación con el destino que busca para Aksel, el protagonista
y afamado autor de cómics muy bien interpretado, lo que no obsta, por el gran
actor Anders Danielsen Lie. Como también hay que reconocer la inventiva y
brillantez del quinto capítulo de ‘Julie’, cuando el mundo se para literalmente
para que ella vaya por las calles de Oslo al encuentro de su deseado nuevo amor.
Termino de hablar de esta película proponiendo a CIMA, la asociación de mujeres
cineastas de nuestro país, que lleve a cabo un seminario con ella para que, de
una vez por todas, sepamos distinguir entre una mirada femenina y otra
masculina al abordar determinadas realidades.
Distinto tipo de denuncia, desde una dimensión histórica, ofrece
la austriaca ‘La gran libertad’, presentada en la sección paralela Un Certain
Regard, donde Sebastian Meise revela la tremenda situación de las personas
homosexuales en Alemania hasta comienzos de la década de los 70, cuando se
derogó el artículo 175 del Código Penal, que los reprimía duramente con la
cárcel. Situándose desde 1945 a 1969, años en que su protagonista no cesa de
estar en presidio, más que a informar de esta brutal injusticia, Meise se
detiene en las relaciones que este personaje va teniendo con tres de sus
compañeros de encierro. Una opción que creo que debilita la propuesta del film,
pero sin desmerecerlo, porque en todo él resuena la experiencia de Hans, quien
pasa directamente de un campo de concentración nazi a una celda de los
ocupantes norteamericanos. Como no podía ser de otra manera, también ‘La gran
libertad’ nos hace recordar, y pensar en ello, que en España existía una legislación
de similar carácter represivo durante el franquismo.
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 10 de julio de 2021).
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