"Les Olympiades", de Jacques Audiard
Hallarse entre el público de la gran sala del Palacio del
Festival, con dos mil espectadores “respirando” al unísono una película (aunque
con mascarilla obligada, eso sí), supone algo que solo este certamen puede
darte y donde quizá radica su mayor atractivo. ‘Les Olympiades’ ha sido
recibida así, con una entregada atención y una potente ovación final. Se lo
merece, porque es un auténtico retrato de nuestro tiempo el que el film nos
ofrece, especialmente en el terreno amoroso y sexual, donde las relaciones cada
vez resultan más complejas, no importa la frecuencia y la variedad con que se
emprendan. Me decía un antiguo colega que la diferencia entre el cine clásico y
el actual es que, en el primero, la historia terminaba cuando la pareja llegaba
al beso o la cama, mientras que en el moderno arranca precisamente ahí… Hacer
el amor, por decirlo de manera “poética”, no parece ser ya la solución de nada,
sino un simple incidente en el camino.
Audiard da cauce a reflexiones así a través de la historia de
tres personajes, dos mujeres y un hombre, que se entrecruzan en diversos
momentos y circunstancias. Sin estridencias, con pulso muy firme y fluido y en
el tiempo justo de proyección, ‘Les Olympiades’ nos va hablando de los mimbres
de una sociedad occidental que deja mucho que desear, pero que es la que hay y
no parece que vaya a cambiar de la mañana a la noche. También, como no podía
ser menos, nos habla de la muerte entre los altos edificios y las calles de
este Distrito XIII parisino, poblado básicamente por emigrantes asiáticos y
africanos ya de segunda y tercera generación. El amor y la muerte siempre se
entrecruzan, por algo el orgasmo es llamado en Francia desde el siglo XVI “la
petite mort”, como Georges Bataille se encargaría de recordarnos…
Me resulta curioso que, al margen de en el epílogo de ‘Drive
my Car’, no he visto ninguna película que evidencie que su narración trascurre en
estos largos meses de pandemia. Lo hace, en cambio, el film en episodios ‘El
año de la tormenta eterna’, en el que siete directores lo resumen cada uno a su
buen entender, que no rebosa inspiración. Sus imágenes apenas valen para
descubrir que al confinado políticamente Jafar Panahi le acompaña en su preciosa
casa un enorme lagarto o que Apichatpong Weerasethakul, el otro cineasta más
conocido que ha colaborado en el proyecto, asimila la expansión del virus con
la de unos insectos sumamente invasores.
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 16 de julio de 2021).
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