Decía Andrei Tarkovski que el cine es, por excelencia, un
arte del tiempo. Otros muchos autores han coincidido con él, pero pocos con más
atributos que el tailandés Apichatpong Weerasethakul. Lo demuestra de nuevo en
su última película, que significativamente se titula ‘Memoria’ y que se ha
presentado en la Competición Oficial. Esa Competición que él venciese en 2010
por ‘Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas’, con lo que, tras Moretti y
Farhadi, se cierra el cupo de tres cineastas ganadores de la Palma de Oro.
Al trasladarse su autor muy lejos de su país, a Colombia, la
primera parte de ‘Memoria’ muestra ese síndrome del artista en el extranjero al
que ya hicimos alusión en una crónica anterior. Otro ambiente, otro idioma,
otra luz muy distinta a la tenue que suele dominar en las imágenes de su autor,
ahora más cromáticas y brillantes. Es diferente de su mundo onírico y
fantasmagórico este reflejo de una mujer escocesa (interpretada por Tilda
Swinton, también productora ejecutiva del film) obsesionada por un potente
ruido cuyo origen desconoce. Tan visible desapego inicial del director se
traduce en una puesta en escena inusualmente plana y rutinaria en él.
Sin embargo, cuando llega a las secuencias de la selva,
Weerasethakul se transforma de manera positiva hacia un mundo de sugerencias.
Quizá porque las selvas acaban siendo un tanto iguales entre sí, el cineasta se
siente como en Thailandia, en su ámbito natural, y nos ofrece un muy sugestivo
ejercicio sobre la memoria individual, y de cómo puede ser compartida con otras
personas, mediante un uso magistral de la banda sonora, con diálogos, músicas y
ruidos. Encontramos ahí a un autor que, sin ser uno de mis favoritos, merece el
respeto de quien lleva una trayectoria coherente con sus principios fílmicos.
Hay personalidad y belleza en la hora final de ‘Memoria’, lo que debe
resaltarse debidamente. Aunque la razón de que una piedra de buen tamaño se
convierta en nave espacial y surque los aires, ya se lo dejo a los entusiastas
exégetas del cineasta tailandés…
No diría lo mismo de dos realizadores franceses amados hasta
la sinrazón por la crítica de su país, Arnaud Desplechin y Bruno Dumont. El
primero ha presentado fuera de concurso ‘Tromperie’, adaptación de la muy
misógina novela de Philip Roth, ‘Engaño’, editada en España por Seix Barral. No
se esfuerza demasiado Desplechin en su trabajo de traslación de un lenguaje a
otro, limitándose a filmar las conversaciones de un detestable escritor judío,
e inglés, con las diferentes mujeres, reales o fingidas, que se cruzan en su
camino. Quizá el magro presupuesto de un millón de euros con que ha hecho
‘Tromperie’ pueda justificarlo, pero se habría agradecido al menos una mejor
interpretación de Denis Podalydes en el papel de Philip, ese novelista
británico cuyo atractivo para el sexo opuesto no se acaba de entender.
Ese sexo opuesto está representado sobre todo por la
inevitable Lea Seydoux, también protagonista de ‘France’, la película de Dumont
que sí opta a los premios, esperemos que sin posibilidad alguna. El retrato de
una “periodista estrella’ televisiva, su búsqueda de aislamiento para acercarse
a la felicidad y la denuncia de las prácticas manipuladoras que utiliza, no son
precisamente originales. La idea de que la gente rica y famosa también tiene su
corazoncito y es a menudo desgraciada, vale para la Prensa rosa, pero no es de
recibo en un film que se halla al máximo nivel de este Festival.
Paralelamente, para reunir restauraciones de títulos con años
a sus espaldas y trabajos que se refieran a lo cinematográfico, se creó hace ya
tiempo Cannes Classics. Donde hoy ha habido una doble cita con el cine español:
el documental ‘Buñuel, un cineasta surrealista’, en que el experto Javier
Espada realza, desde un acertado didactismo, esa vena fundamental en la obra
del maestro aragonés; y, ¡oh sorpresa!, la reivindicación y homenaje a Ana
Mariscal como directora. Para ello, su hijo se ha hecho cargo de la
restauración digital en 4K de uno de los principales empeños de Ana Mariscal al
otro lado de la cámara, ‘El camino’, de 1964, basada en la famosa novela de
Miguel Delibes que Josefina Molina convertiría después en una espléndida serie
televisiva. Quizá el recuerdo a Ana Mariscal se halle también en esa sima de la
memoria explorada a fondo por Weerasethakul…
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 17 de julio de 2021).
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