Tema espinoso este del doblaje, con apasionados defensores y
detractores. Aunque yo creo que se puede estar en contra de esta práctica y, al
tiempo, respetar e incluso admirar a quienes la ejercen. Porque es cierto que
nos privan de uno de los principales atributos de un actor, como es su voz,
pero al tiempo tienen la humildad de ocultar su cuerpo en los rasgos de otro.
El tema es diferente cuando hablamos de producciones extranjeras a cuyos
intérpretes se les dobla; cuando a un director español no le ha convencido la
dicción de un determinado intérprete y la sustituye por la de quien se ajusta
más a sus pretensiones, o cuando son actrices y actores que no hablan nuestro
idioma pero en la pantalla ha de parecer que sí. A eso vamos.
Porque en las ya innumerables conmemoraciones del Centenario
de Berlanga, nadie parece haber reparado que en varias de sus películas las
voces de los personajes no corresponden a las de quienes salen en imagen. Estamos
realzando unos trabajos sin subrayar que en buena parte se deben a los actrices
y actores españoles que les han dado su voz. Todos ensalzamos al Nino Manfredi
de El verdugo, pero no he leído ni
un mínimo elogio al gran José María Prada, cuya voz es la que escuchamos. Al intervenir
muchas veces en coproducciones, Berlanga debió trabajar con intérpretes de
fuera, encomendando luego a colegas españoles que se convirtieran en sus “yos”
sonoros, lo que, por otra parte, a él le encantaba porque detestaba el sonido
directo. Aparte de Manfredi, está el caso de Michel Piccoli en la versión
española de Tamaño natural, doblado
por José Guardiola. Y el de Hardy Krüger en La muerte y el leñador, el episodio berlanguiano de Las cuatro verdades, donde a quien
escuchamos en lugar del actor alemán es a Rafael de Penagos. Todavía más en el
triple ejemplo de Calabuch, con
Edmund Gween envuelto en los giros de Eduardo Calvo, mientras que Valentina
Cortese y Franco Fabrizi fueron suplementados por la magistral Elsa Fábregas y
por Fernando Nogueras. Incluso cuando a José Isbert se le puso la voz demasiado
ronca y opaca, la imitó sin apenas diferencias Julio Alymán.
Edmund Gween y Franco Fabrizi fueron doblados en "Calabuch" por Eduardo Calvo y Fernando Nogueras
Me parece de justicia reconocer esta labor. Se lamentan con frecuencia los dobladores de que su profesión no está bien considerada, de que los puristas no la valoran, tratándoles como actores de segunda fila o que deben ponerse detrás de un micrófono porque no han logrado triunfar ante las cámaras. No es cierto, y los ilustres nombres que acabo de citar lo desmienten suficientemente. Parafraseando a Concepción Arenal, cabe decir que puedes detestar el doblaje pero respetar al máximo a los dobladores…
Y mientras la Turia
llega con todos los honores nada menos que a su número 3.000, yo les deseo un
feliz descanso a cuantos el virus deje disfrutarlo.
(Publicado en "Turia" de Valencia, 30 de julio de 2021).
No hay comentarios:
Publicar un comentario