Si usted se sienta a ver una película en un cine y percibe
que, en el momento en que surge la música, las imágenes adquieren un sentido
especial, una profundidad y un carácter diáfano que antes no tenían, es que esa
música es de Alberto Iglesias. Haga el experimento al revés: en el vídeo que
tiene en su casa de la misma película, quítele el sonido en las secuencias que
no llevan diálogos. Verá como el efecto es el contrario; todo se empobrece, se
queda como huérfano de expresión, más bien vacío. Seguro que esa música que
usted ha eliminado era de Alberto Iglesias.
Serio pero cordial y divertido, austero pero generoso,
extremadamente sensible y educado, Alberto Iglesias responde al estereotipo del
buen vasco (no por casualidad nació en San Sebastián, en 1955). Modestia y
humildad son otras de sus notas características, que podrían casar mal con
quien ha logrado nada menos que diez Premios Goya, tres nominaciones a los
Oscar y otra multitud de distinciones; entre ellas, de la Academia Europea de
Cine, la Academia Británica, los Globos de Oro e incluso el Premio Nacional de
Cinematografía en 2007, a las que se suma la Espiga de Honor que le concede ahora
la Semana de Valladolid Una lista de galardones que viene a hacer justicia a
una trayectoria sobresaliente no solo entre nosotros, sino también en el plano
internacional, donde Alberto Iglesias es reconocido como uno de los
profesionales españoles con mayor prestigio.
Citemos algunos títulos que dan suficiente idea de hasta qué
punto es relevante esa filmografía y, para acotarla mínimamente, fijémonos –por
orden cronológico inverso– en los diez Goyas citados: ‘La piel que habito’,
‘También la lluvia’, ‘Los abrazos rotos’, ‘Volver’, ‘Hable con ella’, ‘Lucía y
el sexo’, ‘Todo sobre mi madre’, ‘Los amantes del Círculo Polar, ‘Tierra’ y ‘La
ardilla roja’, dirigidos o bien por Pedro Almodóvar o bien por Julio Médem (salvo
la excepción de Icíar Bollaín), los dos cineastas españoles con los que más ha
colaborado. O detengámonos en las tres nominaciones a los Oscar: ‘El jardinero
fiel’, de Fernando Meirelles; ‘Cometas en el cielo’, de Marc Foster, y ‘El
Topo’, de Tomas Alfredson. Films todos ellos en que la deseada fusión de imagen
y música llega a su máximo nivel.
Quizá mejor que nadie lo ha expresado el propio Iglesias: “Lo que trato siempre es de encontrar el eco
de donde ha nacido la película, lo que busco es que la música contenga
plenamente la idea que tiene el director, devolviéndole su impulso en forma de
creación musical”. Eco e impulso que encontramos siempre en los grandes
compositores de la historia del cine, concretamente Bernard Herrmann o Nino
Rota, los dos a quienes Iglesias más admira. Y sigamos con sus palabras para
determinar cómo se produce la comunicación con el espectador: “En la música de cine, yo creo que se
establece una cita continua de ‘lugares comunes’ que vienen desde el
post-romanticismo y que son asimilables por una especie de inconsciente
colectivo. El público sabe relacionar un estado psicológico con un estado
visual, dentro de una relación que es muy abierta pero muy cambiante. De ahí
que me interese la música de cine como uno de los principales lenguajes de la
música que está en permanente contacto con la manera de percibirse y, sobre
todo, con una región de la percepción que casi siempre pasa desapercibida, que
es la del inconsciente”. Lenguaje musical que Iglesias no ha limitado al
cine, sino que lo ha extendido a otras disciplinas como la danza (con diversos
trabajos para Nacho Duato), las instalaciones plásticas (de Juan Muñoz, en
especial) u obras específicamente musicales, de una enorme variedad y riqueza
de inspiración.
Si hay un libro clásico sobre la música cinematográfica, es
el que Adorno y Eisler le dedicaron. En él entendían al compositor
cinematográfico como una especie de Sísifo, pero en sentido positivo: no por
acarrear piedras tan incesante como infructuosamente hasta un monte del Hades,
sino al contrario, “por aportar sus notas
para hilvanar la acción, para unir o separar los diferentes tiempos o
escenarios, para que la construcción de la narración fílmica y de la narración
se hagan más fluidas, más candentes y se eleven a la categoría de expresión a
través de la música”, puesto que “la
exigencia fundamental de la concepción musical del film consiste en que la
naturaleza específica de éste debe determinar la naturaleza específica de la
música, o a la inversa”. Así, mediante tal fusión de lenguajes, Alberto
Iglesias vendría a ser como ese Sísifo creativo que interviene en beneficio de
unas películas que, indudablemente, no serían las mismas sin su decisiva
aportación.
Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid
Octubre 2012
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