Lo que define a Madrid


Era su primer trabajo serio para el periódico. Había estado el verano anterior como becaria y ahora la contrataban ya de redactora, aunque con un sueldo pequeño y un periodo de prueba de seis meses. Tiempo en el que tenía que demostrar su valía, convertir en realidad no sólo cuanto había aprendido en la Facultad sino, sobre todo, su sueño de siempre de llegar a ser periodista. El reportaje que le había encargado su jefe de sección no le parecía demasiado difícil: ¿Qué define a Madrid? ¿Qué paisajes, calles o edificios lo representan mejor? ¿Qué lugares especiales pueden simbolizarlo?

Se pateó la ciudad de arriba abajo. Miró una y mil veces la Cibeles y Neptuno, la Puerta de Alcalá y el Retiro, la Gran Vía y la Plaza de España, el antiguo edificio de Correos y la Telefónica, hasta las misteriosas Torres Kío y los cuatro rascacielos de la prolongación de la Castellana… Sí, todo era muy madrileño, muy peculiar, muy estupendo, pero cada vez que se decidía por algo notaba que muchas otras cosas se le escurrían entre los dedos, que no acaba de responder a lo que verdaderamente necesitaba. Y no podía volver a la Redacción sin algo consistente, de peso, que convenciera a su jefe de que no se había equivocado con ella. Bajo una apariencia sencilla, de prueba fácil para una novata, aquel reportaje era en verdad un embolado. Hasta que, entre el cansancio de su cuerpo y el desánimo de su espíritu, se dio cuenta…

Entendió, y así lo escribió, que lo que define a Madrid no son sus edificios ni sus calles, ni siquiera su tan celebrado cielo velazqueño. Lo que define a Madrid es su gente, su apertura, su hospitalidad, esa generosidad tan especial con todo aquel que llega, ese no cuestionar a nadie venga de donde venga o por los motivos que le traen. Y la tranquilidad de sentirse madrileño la ve ella reflejada en el confiado andar de aquel hombre mayor que cambió su pueblo andaluz por un oficio aprendido en tiempos difíciles; en la charla relajada de una mujer a la que todavía se le nota el acento aragonés; en la forma de tomarse una cerveza del joven vasco que decidió estudiar aquí; en la bella y profunda mirada de esta chica hondureña que se preguntaba en su tierra, entre la inquietud y la ilusión, cómo sería la capital de España… Por fin, ya tenía enfocado el reportaje sabiendo que estaba rozando un  trocito de verdad, lo máximo a lo que puede aspirar un buen periodista.  

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