Esta es una crónica cuya lectura debe ser acompañada por música de Tchaikovsky, ya sea El lago de los cisnes, la obertura de Romeo y Julieta o su Cuarta Sinfonía. Para, después de disfrutar con ellas, denostarlo como persona por el trato cruel y despiadado que infringió a su esposa, Antonina Miliukova, con la que convivió muy poco tiempo e ignoró después. Lo cuenta, y lo hace suficientemente bien, La mujer de Tchaikovsky, de Kirill Serebrennikov, que por fin ha podido acompañar su película a Cannes, después de las dos veces anteriores, con Leto y La fiebre de Petrov, en que no lo consiguió por tener prohibido salir de Rusia. Revocada tal medida, el cineasta, siempre muy crítico con Putin, ha decidido abandonar su dictadura y exiliarse en Alemania.
De ahí que pese a que Cannes haya impedido toda presencia
oficial de Rusia en el certamen, incluso de los medios afines a su régimen, una
producción de ese país figure en la Competición del certamen, en la que ha sido
su primera muestra dentro de las veintiuna películas que la forman. Y lo hace
con fuerza y dignidad, apoyándose en el magnífico trabajo protagonista de la
actriz Aliona Mikhailova, que deberá figurar entre las opciones del Jurado
internacional que preside otro intérprete, el actor francés Vincent Lindon. El
desgarro de una mujer enamorada hasta la locura del compositor, quien consiente
casarse con ella para disfrazar su homosexualidad y espera lograr también con
ello un rédito económico, está comunicado básicamente por Serebrennikov mediante
la mirada y la composición física de dicha actriz.
Por su parte, el film que acompañaba a La mujer de Tchaikovsky en el concurso, el suizo-italiano Las ocho montañas, de la pareja de
cineastas Charlotte Vandermeersch y Felix Van Groeningen, fue seleccionado por
Cannes en el último minuto. Parafraseando aquel “preferiría no hacerlo” que
inmortalizó Herman Melville en su Bartleby,
los espectadores habríamos preferido muy mucho que el Festival no lo hubiera
hecho… Porque el relato de una amistad de décadas entre dos hombres, urbano
uno, campesino el otro, a lo largo de dos horas y media interminables, mejor
habría estado en el Festival de Cine de Montaña de Banff, en Canadá, que se
dedica al tema y no en nada menos que en la Sección Oficial del primer certamen
del mundo.
Un certamen que, al llegar a sus tres cuartos de siglo,
vuelve por sus fueros, sus habituales fechas de mayo, once mil acreditados más
que en 2021 (lo que multiplica colas, esperas y demás) y sus características de
siempre, que no pudieron desarrollarse a causa de la pandemia en la suspendida
edición de 2020 y en la reducida del pasado año. Y también vuelve a celebrar,
en la sección Cannes Classics, el renacimiento de determinadas películas al ser
debidamente restauradas. Es el caso de la famosa La Maman et la putain, de Jean Eustache, que obtuvo aquí en 1973 el
Premio Especial del Jurado envuelto en un notable escándalo, y cuyas 3 horas y
40 minutos continúan vivas y siendo un excelente testimonio de un “modo de
vida” muy típico del post-mayo del 68.
Muy difícil de ver desde hace décadas, en Valladolid tuvimos
la fortuna de que fuese el “plato fuerte” del importante ciclo de ocho
películas que la 31 Semana de Cine dedicó a Eustache en 1986. Aunque, la
verdad, comprobar cómo están ahora, cómo estamos, Jean-Pierre Léaud y Françoise
Lebrun, aquellos Alexandre y Veronika cuya relación erótica centraba la trama,
deja un tanto con el alma en los pies.
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 20 de mayo de 2022).
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