Kore-eda regresa a su terreno más familiar

 

Decir que el tema de la familia es el protagonista de la filmografía de Hirokazu Kore-eda no es más que recurrir a la obviedad. Porque en prácticamente todas sus películas encontramos de manera incesante la cuestión de la filiación, de la relación personal que no se rige por vínculos sanguíneos sino afectivos, de la capacidad infantil para ensamblar grupos humanos. Vuelve a suceder en Broker, sin que importe nada que el gran cineasta japonés se haya ido a filmarla hasta Corea.

"Broker", de Hirokazu Kore-eda

Comienza Broker con algo que, al menos quien esto firma, desconocía: la existencia de los “baby boxes”, unos receptores de bebés situados en las calles y en los que madres que no pueden o no quieren guardarlos a su lado los depositan para ser conducidos a un asilo. Coinciden estas “cajas” con el endurecimiento de las leyes coreanas de adopción, motivo igualmente de la multiplicación de quienes se dedican al tráfico de niños. Como los dos ingenuos malhechores que protagonizan la película de Kore-eda y que se hacen con el bebé que una chica, en circunstancias especialmente dramáticas, ha depositado al pie de un “baby box”. Al tiempo que una pareja de mujeres policías sigue de cerca a los traficantes, pero, según la ley, para detenerlos tiene que cogerlos “in fraganti” de una transacción económica con quienes aspiran a ser padres adoptivos…

Tarda Broker en desarrollar su relato con claridad y contundencia, como también acusa la existencia de alguna trama paralela poco desarrollada o que no funciona debidamente. Pero en cuanto la “familia disfuncional” (no voy a ser más explícito) se conforma, todo va en la película sobre ruedas, movido por los nobles sentimientos, la calidez y la cercanía emocional que constituyen divisas de Kore-eda. Lo demostraron anteriormente, entre otras, De tal padre, tal hijo o Nuestra hermana pequeña y, sobre todo, Un asunto de familia, por la que ganó la Palma de Oro en 2018, y lo confirma su octava participación en Cannes con Broker.

"Pacifiction", de Albert Serra

En las antípodas de este cine de sentimientos se sitúa la frialdad, el lento tono rítmico y la distancia de las imágenes de Albert Serra, que ha ido subiendo por la escala de las diversas secciones paralelas del Festival hasta llegar a la Competición Oficial con Pacifiction. Se ha difundido la idea de que es su trabajo más sujeto a las convenciones narrativas, pero ello no se ajusta a la verdad de esta descripción de una realidad degradada en la Polinesia francesa, donde su Alto Comisario se enfrenta a la sospecha de sus habitantes de que la metrópoli va a volver a llevar a cabo experimentos nucleares en la zona. Quien augure por ello que se va a encontrar con un film de aventuras o de acción, que vaya perdiendo toda esperanza, porque se trata de un Serra en estado puro, el mismo que va de Honor de cavallería a Liberté. Un insípido Benoît Magimel en el papel de ese Comisario tampoco facilita la cercanía con Pacifiction, cuyas casi tres horas recomiendo ver en cierto estado de nirvana contemplativa.

También requiere de un dominio sobre el tiempo la similar duración de Godland, destacable película del islandés Hlynur Pálmason sobre la travesía de este país (todavía unido a Dinamarca a finales del siglo XIX) que efectúa un joven sacerdote para construir una iglesia. Incluida en Un Certain Regard, sección arrumbada por los propios dirigentes del Festival al llevar a nuevas subsecciones de la Oficial el tipo de películas que antes figuraban en ella, Godland ha supuesto una sorpresa muy positiva de la que dejar constancia.


(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 28 de mayo de 2022).

 


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