Todo el mundo le ha considerado y le considera El Rey de la
Comedia, junto a su maestro Ernst Lubitsch. Todo el mundo ha celebrado sus
ingeniosas frases, que son citadas sin cesar, sus brillantes diálogos, su
mirada irónica y divertida sobre los personajes. Todo el mundo le pone como
referencia máxima a la hora de valorar un nuevo título del género, un
planteamiento donde lo cómico acabe por sobreponerse a lo trágico, donde el
placer de vivir supere las angustias de cada uno de los días. Y sin embargo…
Sin embargo, Billy Wilder vivió en íntimo silencio su desgarro por la muerte de su madre en el campo de concentración nazi de Auschwitz, a donde fue conducida con su madre y su segundo marido, mientras sus hijos ya se encontraban en Estados Unidos. Desde entonces, y muy especialmente cuando el Ejército norteamericano encargó a Wilder una película de montaje (Death Mills) con el ingente material de filmaciones que sus operadores habían rodado al liberarse los campos, miraba obsesivamente las imágenes por si descubría a su madre entre los prisioneros o los cadáveres. No lo consiguió. E incluso, para subrayar esa obsesión, se ha llegado a decir que observó con detalle los planos colectivos de La lista de Schindler (que él intentó llevar a la pantalla, pero fue Spielberg quien lograse los derechos de adaptación sobre el libro original) por si encontraba en ellos a su madre, aun sabiendo que eran figurantes los que aparecían como cautivos.
Lo comentaba el escritor británico Jonathan Coe al presentar su
novela “El señor Wilder y yo”, editada en España por Anagrama. En ella se
refleja la filmación de Fedora, su
penúltima película, a ojos de una ficticia muchacha griega que participa en
ella como intérprete al inglés en Corfú y después como asistente personal de I.A.L.
Diamond, Izzy, el guionista de cabecera del autor de El apartamento. Las relaciones vividas con este motivo por la joven,
y posterior compositora, con el cineasta y el escritor, sobre todo en cenas y
entre copas, conforman una novela nada excepcional pero curiosa, que se lee prácticamente
de un tirón. Y donde, en un supuesto guion de Wilder sobre su vida, inventado
por Coe, también surge la intensa memoria de su madre, Eugenia Dittler.
No es “El señor Wilder y yo” la primera ocasión en que se aborda
ese trauma maternal del realizador austriaco. Él lo había hecho en 1977, precisamente
durante una entrevista en Múnich ya que Fedora
era una coproducción mayoritaria alemana, cuyos interiores se rodaron en los
Bavaria Studios. Y también le contó a Cameron Crowe en el fundamental libro “Conversaciones
con Billy Wilder” que solo pudo enterarse de la muerte de su madre a través de
una carta de la Cruz Roja y de otras que le enviaron personas que estuvieron
con ella en Auschwitz. “Pero nunca recibí
una carta suya...”, dijo con la amargura de quien jamás superó aquel inolvidable
dolor.
(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2022).
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