Mientras las aguas bajan muy revueltas en el cine español a
causa del Proyecto de Ley del Audiovisual, en el que productores independientes
y mujeres cineastas consideran que el PSOE no ha sido fiel a sus promesas, en
Cannes se ha abierto el turno para la presencia de nuestro cine, bastante más
nutrida que en la mayoría de las ediciones. No tan revuelta, pero es
precisamente El agua la película que
ha roto el fuego en la Quincena de Realizadores, con una historia muy a ras de
tierra y con el aire de la localidad alicantina donde se desarrolla, Orihuela.
No es casual citar los cuatro elementos de la materia al hablar de esta “ópera
prima” de Elena López Riera, después de haber transitado el terreno del
cortometraje con notable éxito, e incluso haber ganado en Locarno en 2018 con
uno de los tres que dirigiese, Los que
desean, y con otro, Pueblo, haber
participado ya en 2015 dentro de esta misma Quincena.
Pertenece El agua a
una tendencia del actual cine español que se extiende como mancha de aceite por
toda nuestra cinematografía: temáticas muy locales, habitualmente referidas a
zonas rurales o núcleos de población que no son las grandes ciudades,
personajes infantiles o adolescentes, mezcla de documental y ficción y mayoría de
actrices y actores no profesionales. Cuentan con el respaldo de los Festivales
y los críticos, pero no de los sectores de distribución y exhibición,
simplemente porque el público mayoritario no acude a ver estas películas. Sí lo
hace cuando se trata de una obra cuya calidad artística está más allá de las
etiquetas y las corrientes dominantes, como es el caso de Alcarràs, éxito de espectadores y, por tanto, de recaudación. Le
cuesta mucho más cuando no logra llegar a ese nivel, como me temo que sucederá
con El agua en su acercamiento a la leyenda
secular de que el río se lleva a jóvenes mujeres para hacerlas suyas.
Fue una notable sorpresa cuando el desconocido cineasta
sueco, de origen egipcio, Tarik Saleh, se llevó con su segundo largometraje, El Cairo confidencial, la Espiga de Oro
de la Semana de Valladolid de 2017. Y no solo eso, sino también el Premio a la
Mejor Dirección y al Mejor Guion, en una confirmación de que había sido lo que
suele llamarse “la película del Festival”. Regresa ahora a la palestra con Boy from Heaven, con el mismo actor
protagonista, Fares Fares, pero donde ya no aborda un problema de corrupción
policial como en aquella ocasión, sino de lucha de poderes entre la religión y
el Estado a propósito de la elección de un nuevo Gran Imán de la Universidad
Al-Azhar cairota, instititución de referencia para todos los musulmanes sunitas.
La infiltración gubernamental con el fin de evitar el creciente peso de los
Hermanos Musulmanes en el centro mediante un alumno que es progresivamente
manipulado en su papel de informador de la policía, supone el núcleo de una
película que, pese a su voluntad de introducirse en los círculos de poder de
uno y otro signo, no posee la garra de El
Cairo Confidencial y resulta algo
elemental en su desarrollo.
Autocalificado de “integrista del cine”, Tarik Saleh no duda
en afirmar que “Cannes es La Meca del 7º Arte” y que, por lo tanto, se siente
aquí “lo más cerca del Paraíso que se puede estar”… No diría yo tanto bajo un
sol inclemente y un calor mucho más que primaveral, incrementado por el humano
que proporcionan los miles de visitantes que, en el fin de semana, no quieren
dejar de darse una vueltecita por este presunto “Paraíso”.
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 22 de mayo de 2022).
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