Una de las cosas más difíciles para cualquier director y
cualquier guionista es terminar bien su película. Un final que sin ser
explicativo en exceso y dejar margen a la imaginación del espectador, cierre
bien la trama que se ha ido desarrollando. Se decía que, ante esta dificultad, en
los films producidos por Elías Querejeta siempre se acababa matando al o la protagonista.
Y en sus magníficas clases José Luis Borau insistía en que lo más significativo
de una película se hallaba en sus imágenes últimas, cuando el director ya se
había desembarazado de contar una historia concreta. Al hilo del popular dicho sobre
gitanos, cabe decir que los cinéfilos siempre quieren buenos finales.
Viene esto a cuenta de R.M.N.,
el sexto largometraje de Cristian Mungiu, quien ya posee la Palma de Oro de
2007 por su impresionante 4 meses, 3
semanas y 2 días, además de otros premios para obras posteriores como Más allá de las colinas o Bachillerato. Ahora vuelve a competir aquí
con un film cuyo personaje principal es un hombre gitano que regresa desde
Alemania a su pequeña localidad de Transilvania, cerca de la frontera con
Hungría, para reencontrase con su enfermo padre y con su hijo, que se resiste a
hablar desde que una aparición misteriosa le asustase en el bosque.
Ese reencuentro incluye también el que vive con su mujer y su
amante, gerente de una fábrica en la que se recurre a trabajadores asiáticos
para poder acceder a una ayuda de la Unión Europea. Surge en esta situación la
xenofobia latente en el pueblo, que se opone radicalmente a que extranjeros lo “contaminen”,
algo que Mungiu muestra de forma explícita y crítica en la asamblea vecinal
sobre el asunto. Hasta ahí todo bien, incluso muy bien, pero que se cierra con
un final incomprensible por el que medio Cannes se está preguntando. El otro
medio ya se ha cansado de hacerlo…
Mucho más nítido es el acercamiento que Ali Abbasi,
realizador iraní exiliado en Suecia y que obtuviese en 2018 el premio de Un
Certain Regard por su inquietante Border,
plantea en Holy Spider sobre un hecho
real acaecido en la ciudad santa de Mashhad durante 2001. Fue allí donde surgió
un asesino en serie que, en nombre de la religión y de la “limpieza” moral, mató
a una quincena de pobres prostitutas que trapicheaban con droga. La
investigación que efectúa una periodista llegada de Teherán va conformado este “thriller”,
nada fácil de asimilar por los tres estrangulamientos en primer plano que
efectúa el asesino, además de su propio final tras ser juzgado.
El film recuerda a aquel Estrangulador
de Boston al que Richard Fleischer dedicase una notoria película, añadiendo
la muy inquietante vertiente de que este implacable feminicida llamado “La
Araña” se hizo muy popular en Irán, con la rendida admiración, entre otros, de
su propia mujer y su hijo. Imposibilitado de rodar en su país de origen, Abbasi
tuvo que filmar Holy Spider en
Jordania después de tampoco poderlo llevar a cabo en Turquía. Así es la
libertad de expresión en las dictaduras teocráticas.
Todavía más atrás en el tiempo, hasta la década de los 80, Valeria
Bruni Tedeschi rememora el funcionamiento del centro teatral Les Amandiers, que
Patrice Chéreau crease en Nanterre. Lo hace mediante un grupo de alumnos que,
como primera función, ensayan Platonov,
de Chejov, dirigida por el propio Chereau, interpretado por un Louis Garrel que
ya encarnase a Godard en Mal genio).
Aunque previsible en su trama y con ciertos momentos Operación Triunfo, Les
Amandiers supone el trabajo más estimable llevado a cabo hasta ahora por la
actriz y directora italo-francesa.
(Publicado en "El Norte de Castilla", de Valladolid, 24 de mayo de 2022)
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